miércoles, 15 de agosto de 2012

151 / AUTO DE FE

Este cuadro, pintado por Berruguete en 1490, nos da una idea bastante exacta de lo que pudo haber sido un juicio por herejía ante el Tribunal de la Inquisición. En realidad, el pintor palentino quiere narrar un milagro de Santo Domingo de Guzmán, fundador de los Padres Dominicos -que aparece presidiendo el tribunal-, que consiguió convertir al hereje que se encuentra ante las escaleras, salvándole así tanto el cuerpo como el alma. Señal de ello es que ya se ha quitado el capirote que lo marcaba como hereje recalcitrante. A ambos lados del Santo aparecen multitud de frailes, de teólogos y de asesores, uno de los cuales aprovecha para echarse una buena siesta, como se ve en el detalle de al lado.

Centrándonos exclusivamente en el contenido del cuadro –dejando aparte las crónicas históricas o las anécdotas legendarias- podemos deducir que, tras el juicio propiamente dicho, los acusados que persistían en sus falsas creencias eran conducidos por los soldados –de los que algunos van a pie y otros a caballo- hasta el lugar del castigo. Antes de subir se les ofrecía una nueva oportunidad de renunciar a la herejía y volver al buen camino, aceptando los consejos del fraile que porta en su izquierda el crucifijo. Van vestidos con el traje llamado sambenito y tocados con el ya citado capirote, diseñado especialmente para estas ocasiones. En caso de empeñarse aún en el error, eran subidos al lugar del suplicio, elevado del suelo una altura de cuatro peldaños, para que pudiese ser visto por toda la asamblea. Allí, según muestra claramente el siguiente detalle, eran atados a un poste sujetos por el cuello, y se les ponía un gran clavo entre las piernas para que pudiesen aguantar más tiempo en posición erguida. Luego se encendía el fuego y eran quemados lentamente entre fortísimos dolores. En las expresiones de los reos se percibe la enajenación producida por los ardores de las llamas.

Parece que estas escenas, llamadas Autos de Fe, se dieron con mayor frecuencia entre los judeoconversos –judíos falsamente convertidos al cristianismo-, y posteriormente entre los moriscos. Pero hubo gente importante y de fe acendrada, como Bartolomé de Carranza, Arzobispo de Toledo, que tuvo que vérselas con el Tribunal del Santo Oficio, como se decía entonces. Incluso Velázquez y Goya, cada uno en su tiempo, se tuvieron que enfrentar a sendas denuncias fallidas por atentar con sus obras contra la moral o las buenas costumbres.

Y a propósito de Goya, resulta curioso comprobar qué poco ha cambiado el aspecto de los reos vestidos con el sambenito desde la época de Berruguete, en el siglo XIV, hasta la del pintor aragonés, a principios del XIX. Similares trajes talares y los mismos capirotes con los colores blanco, amarillo y rojizo. La moda evolucionó poco en este campo. Es fácil comprobarlo en este detalle –última imagen- de una obra goyesca titulada también Auto de fe de la Inquisición.

Sin duda -se nota- lo vivió en sus carnes, sin necesidad de que nadie se lo contara...



1 comentario:

  1. ES impresionante, lo que reflejan los cuadros, lo que explicas, y la visión de Goya. Como una clase magistral... Saludos y feliz verano,

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