viernes, 25 de noviembre de 2011

122 / ANTES DE LA INYECCIÓN


La obra pictórica de Norman Rockwell se mueve en el dífícil y arriesgado equilibrio entre el arte y la ilustración. De hecho, gran parte de sus cuadros se fueron publicando como portadas de revistas, concretamente del Saturday Evening Post. Es un tipo de pintura que gusta a todo el mundo, a la gente mayor por las cosas que cuenta, siempre con un toque de humor y a los más entendidos por cómo las cuenta, con una técnica hiperrealista y un poder de observación más que encomiable. El dibujo es en todos los casos intachable y sus escenas dan siempre una impresión de vida cotidiana que nos sorprende.

Veamos un ejemplo: un niño llega a la consulta del médico porque nota un cierto malestar y además le duele el pecho. El doctor le ordena subirse a la silla y bajarse los pantalones, por ese orden. Mientras espera el pinchazo fatal, el niño se entretiene leyendo con dificultad y atención los diplomas que garantizan que no se trata de un falso médico. Su cabello es pelirrojo y tiene todas las trazas de ser muy travieso. Hiperactivo diríamos hoy.

Rockwell retrataba, más que pintaba, las cosas y a las personas de su entorno. Vivió en Stockbridge, Massachusetts y en esa localidad tiene un museo dedicado a su obra. La estación es fría y por eso el niño viste pantalones de pana, guantes, abrigo forrado por dentro y gorro con orejeras. Los mismos muebles del armario y la persiana nos hacen transportarnos mentalmente a la década de los 60, la de las grandes revoluciones sociales en todo el mundo. El médico es también el médico de aquel pueblo en aquella época y tiene nombre y apellido. Todo muy real y todo muy creíble.

La gente esperaba con expectación las portadas del Saturday Evening Post, porque se veía reflejada en sus escenas amables y cotidianas. Durante 47 años estuvieron publicándose en el semanario y en la mitad de ellas aparecían uno o varios niños. Escenas costumbristas en las que cualquiera podía participar, porque ocurrían a diario. Por eso a Rockwell se le considera el cronista gráfico de la América en desarrollo durante medio siglo.

En 1963, el pintor dejó el Post y empezó a colaborar con la revista Look. Para ella se planteó temas más profundos y comprometidos, como los derechos sociales, la segregación racial, la pobreza y otros. Temas estos propios de la historia. Pero personalmente creo que lo suyo era la intrahistoria, la historia del día a día entre las cuatro paredes del hogar y las cinco calles del pueblo.

Sin duda con el cambio ha ganado en trascendencia, pero, ¿ha ganado en interés? ¡Qué queréis que os diga! Ya no es lo mismo...

jueves, 17 de noviembre de 2011

121 / UN CÓMIC DEL GRECO


Narrar una historia supone, como no puede ser menos, una sucesión de tiempo. Yo, por ejemplo, si cuento oralmente una leyenda o un cuento a los niños, necesito para ello un periodo más o menos largo, que me permita empezar por el principio –“Érase una vez...”-, seguir con una serie de aventuras que se dan en el desarrollo y acabar en un final o desenlace y, si es preciso, con moraleja o enseñanza. En esto creo que estamos todos de acuerdo.

Pero en un cuadro no. Si me planto delante de un cuadro para estudiar su argumento, desde el primer momento lo estoy viendo todo de golpe y el tiempo que le dedique será para conocer los personajes e identificarlos dentro de la historia, pero dicha historia no estará organizada en función del tiempo, como en el caso anterior, sino en función del espacio, es decir, en viñetas situadas aquí y allá, con un mayor o menor tamaño según su importancia. Exactamente como pasa en un cómic de Astérix y Obélix, de Mortadelo y Filemón o en un manga.

Doménikos Teotokópoulos –el Greco- estructura este relato en cuatro viñetas, cuya categoría y orden vienen en el esquema adjunto. En la viñeta 1, Mauricio –con coraza violeta- discute con sus centuriones qué decisión tomar, si renunciar o no al cristianismo. (Como curiosidad, a la izquierda y detrás del general –imagen pequeña- podemos ver a un centurión con barba afilada que nos mira, que no es otro que el mismo Greco, que no ha querido perderse este momento de heroísmo).

En la viñeta 2, mucho más pequeña, los soldados –capitaneados por el mismo Mauricio- son conducidos a la muerte, pues se supone que se han negado a homenajear a los dioses. Van todos desnudos y portan las banderas que ya hemos visto en la viñeta anterior.

En la viñeta 3, un soldado que vemos de espaldas a la izquierda los va decapitando por orden mientras, en la cabeza de la fila el general –todavía de violeta- y los otros centuriones ya conocidos les dan ánimos y les recuerdan el premio que les aguarda.

Este premio aparece en la viñeta 4, y no es otro que el cielo, situado en la parte superior, donde unos ángeles les ofrecen la corona de laurel destinada a los héroes y la palma destinada a los mártires, mientras otros, en el extremo izquierdo, tocan diversos instrumentos musicales y cantan salmos.

Lamentablemente, este precioso cómic de casi cinco metros de alto no terminó de gustar al Rey, que encargó la decoración del Escorial a otros artistas de segunda fila venidos de Italia, a los que hoy casi nadie conoce. Y eso que Doménikos hace en esta obra una auténtica demostración de estructuración espacial y un dominio de la narración encomiable.

Ya lo dice el refrán: “Más vale tener suerte que velar un año”.

viernes, 11 de noviembre de 2011

120 / LAS REVUELTAS DE BARCELONA EN 1902

Al brincar el siglo XX, la pintura del género histórico da un cambio muy sustancial: se olvida de las leyendas medievales -casi siempre ejemplarizantes, de reyes y de monjes, de apariciones y de batallas gloriosas- y vuelve la vista hacia el entorno más próximo, hacia la intrahistoria que se está haciendo día tras día. Y allí, en la Barcelona de 1902, lo que todos los días se repite son las huelgas obreras, las barricadas y las cargas de la policía o de la guardia civil.

Ramón Casas, un excelente dibujante que retrató a todos los artistas y personas influyentes de su tiempo –gracias a él conocemos los rostros de muchos escritores y artistas- se animó a arremeter un cuadro de grandes dimensiones –casi 5x3 m.- representando una de estas cargas de la guardia civil contra la muchedumbre obrera. No se trata de una batalla, ni siquiera de un combate, pues unos pocos van a caballo y portan sables afilados y relucientes y otros, los más, sólo cuentan con sus manos como armas ofensivas y sus pies como armas defensivas. Y, además, tienen hambre.

A media tarde, cuando el sol comienza a ponerse sobre la iglesia de Santa María del Mar –exactamente, la de la famosa novela La Catedral del Mar de Ildefonso Falcones - en una amplia explanada y entre fábricas y almacenes de hilaturas, presenciamos con asombro cómo un obrero anónimo es arrollado salvajemente por el caballo que azuza el guardia civil de turno, perfectamente pertrechado como una fuerza antidisturbios de entonces.

La masa obrera, espantada ante las patas de los caballos y los brillos de las espadas, se arremolina sobre sí misma como protegiéndose y cubriéndose unos a otros ante un enemigo común que tapa sus rostros con tapabocas de color rojo. No llegamos a percibir ni una sola cara –ni siquiera la del protagonista absoluto, el que se cae delante del caballo- pero, por su movimiento nervioso y descontrolado, notamos el pánico que embarga a los manifestantes. Toda la zona del centro del cuadro estaba hace unos momentos repleta de gente y ahora, como por un milagro, todos se han replegado sobre sí mismos dejando un montón de espacio libre. Hombres, mujeres y niños se arrebujan unos contra otros. No buscan el calor pero sí huyen de la frialdad de las hojas de acero que pueden cortar uno o varios cuellos en cuestión de segundos.

Quieras o no la muchedumbre, como el anonimato, protege. Y la protección es doble si se trata de una muchedumbre anónima. Y ahí estaba Ramón Casas y su maestría artística para dejar constancia de todo, como si fuera un periodista gráfico de los de siempre…

sábado, 5 de noviembre de 2011

119 / FÜSSLI, EL DE LA PESADILLA



Ésta es la obra más famosa del pintor suizo Johann Heinrich Füssli, que vivió a caballo entre los siglos XVIII y XIX. De ella pintó cuatro versiones y la que vemos aquí se encuentra en el Museo Goethe de Francfurt. Se trata de un cuadro prácticamente monocromo, lo que provocó que algunos malintencionados pusiesen en duda la capacidad del artista para el manejo del color. En todas partes hay envidiosos que ignoran que, según estudios posteriores, nuestros sueños son siempre en blanco y negro y que sólo los dementes sueñan en color. Este fenómeno se ve muy bien en la excelente película de Samuel Fuller “Corredor sin retorno” (1962), que disecciona el interior de un manicomio.

----------Pero retomemos el tema. Füssli, bastante antes de que naciese el Dr. Sigmund Freud, se plantea dar forma gráfica a los productos de nuestro subconsciente, y lo hace representando la pesadilla que sufre una mujer joven, con una postura forzadamente distorsionada sobre la cama, mientras se le acomoda sobre el pecho un pequeño ser monstruoso y repugnante que no es otra cosa que la misma pesadilla que, en sueños, le oprime el pecho y le impide respirar con libertad.

----------Toda la habitación está sumida en una penumbra amenazante y, por el fondo y a través de una cortina oscura, asoma un caballo ciego, con las órbitas a punto de estallar. Este animal, que durante el Romanticismo fue la encarnación del poder diabólico, aquí representa más concretamente el deseo y la potencia sexual masculina. Según ello, la muchacha está sufriendo unas terribles pesadillas a consecuencia de los deseos sexuales conscientemente reprimidos –fruto de la época victoriana e hipócrita- y estas pesadillas afloran, a través del inconsciente y durante el sueño, torturando a la pobre chica que, a la mañana siguiente, aparecerá sin duda triste y melancólica, por lo que sus padres llamarán a un doctor que le recetará varias sangrías y algún que otro jarabe...

----------El atuendo de la joven, así como la ropa de cama y el mueble que hay junto a ella con tarros de perfume y afeites indican que la muchacha pertenece a una clase social económicamente alta. No era corriente que la melancolía –hoy la llamaríamos depresión nerviosa- hiciese presa entre las muchachas de la clase baja, ocupadas todo el día en trabajar para obtener un mendrugo de pan, sino entre la gente ociosa y desocupada de la alta burguesía y la aristocracia, siempre desocupada y que vivía del cuento.

----------La postura del cuerpo indica un sueño agitado. El pelo lacio que cae hasta el suelo y los brazos en actitud de abandono expresan agotamiento físico y psíquico a consecuencia de los combates nocturnos contra el espectro que, firmemente sentado sobre el pecho de la muchacha, se ríe por lo bajo, seguro de su victoria sobre la débil psiquis juvenil.

----------Todo porque su cuerpo está reclamando un amor que todavía no llega...

----------Y para acabar, ¿os habéis fijado en la clarísima forma de triángulo casi equilátero que tiene la composición? Se ve bien en el esquema adjunto. Por algo este artista es considerado uno de los últimos ejemplos del Clasicismo, pues aún aplica los esquemas clásicos para estructurar sus obras a partir de las formas geométricas elementales, cuadrados, triángulos, círculos u óvalos. ¡Cosas del Arte…!