lunes, 28 de febrero de 2011

90 / EL DOBLE ESPEJO DE ESCHER


Vamos a volvernos un poco locos con este grabado de M. C. Escher. Observemos la escena con atención: en el centro de una sala completamente cerrada por tres de sus lados hay una serie de animales alados –canecillos nos atreveríamos a denominarlos por semejanza- en rigurosa formación de desfile circular. Actuando como eje se encuentra un gran espejo firmemente anclado en el suelo. A ambos lados del mismo hay sendas esferas. Ya la misma situación del espejo como eje nos plantea una primera e ineludible cuestión: Si la esfera de la parte derecha se refleja en la superficie especular, ¿lo hace también la esfera de la izquierda? Si éste es el caso, nos encontramos con el prodigio –meramente virtual y especulativo- de un cristal que refleja por ambas caras, lo que podría dar pie a hipótesis y creaciones increíbles.
Pero, por ahora, ciñámonos a lo que estamos viendo: los perros alados desfilan marcialmente formando sendos círculos a ambos lados del cristal. Las figuras reflejadas son continuación de las figuras reales, pero también se da lo contrario. Curiosamente, según se van acercando a la zona central, los animales alados van perdiendo corporeidad y se van volviendo planos hasta quedar integrados, como una modulación geométrica más, en las losetas del suelo. Pero, con un poco de atención, podremos ver que los huecos entre ellos –cuyo tono gris se va desvaneciendo progresivamente- no son otra cosa que las mismas figuras desfilando en sentido contrario.
Aplicando a rajatabla el principio leonardiano de que todo dibujo es engaño, Escher nos acaba de colar un gol sin darnos cuenta: pasa de la bidimensionalidad a la tridimensionalidad -y viceversa- de la forma más natural del mundo y con la apariencia más inocente. A izquierda y derecha del espejo que actúa de eje visual y real, las figuras van recuperando la tercera dimensión según se alejan pero, de las cuatro filas oscuras de animales, una –la más atrevida sin duda- se anima a atravesar la pared del espejo y sus componentes van aflorando poco a poco por la otra cara del cristal sin romperlo ni mancharlo, como decían los antiguos.
Y se supone que en la otra cara está pasando algo similar. ¿Puede una figura cualquiera ser imagen real y reflejo especular simultáneamente? ¿Puede alguien vivir al mismo tiempo dentro y fuera del espejo? Todo tiene aspecto real, todo parece coherente, pero una mirada atenta a la configuración del conjunto nos hace percibir el juego imposible del espejo que lo mismo absorbe las imágenes que las expulsa.
Y, sin embargo, todo parece tan real que, irremisiblemente, nos envuelve y nos sobrepasa...

domingo, 20 de febrero de 2011

89 / EL COLOSO ¿DE GOYA?


----------Goya era un experto en los temas escatológicos. Bien lo demostró en sus grabados, concretamente en Los Sueños, el primero de los cuales lleva la leyenda El sueño de la razón produce monstruos. En estas obras menores da rienda suelta a su imaginación calenturienta y a sus complejos, criticando mordazmente a la burguesía hipócrita de su tiempo y sus costumbres depravadas.

----------Otro tanto hace con su colección de grabados Los desastres de la guerra, en los que actúa como un reportero gráfico fiel, dejando constancia de las barbaridades que uno y otro bando fueron capaces de cometer durante la Guerra de la Independencia: desmembramientos, violaciones, empalamientos, mutilaciones, etc.; todo un fresco de crueldad y de morbo casi al mismo nivel que nuestros telediarios de hoy.

----------En su lienzo El Coloso (Museo del Prado, Madrid), un personaje de enorme tamaño y aspecto terrorífico amenaza a la tierra, semejante a cualquiera de las diez plagas de Egipto o a alguno de los cuatro jinetes del Apocalipsis. Con los puños cerrados y los brazos en posición combativa, su cuerpo enorme se eleva por encima de las nubes mientras, a sus pies, grupos desordenados de personas y animales huyen despavoridos en todas direcciones: los toros al este, los caballos y los carros hacia el oeste, unos hacia los árboles protectores, otros hacia la sombra pavorosa, arrollándose unos a otros, tirando los caballos a los jinetes... Todo es confusión y miedo, el mundo tiembla de terror y los seres son presa de la agitación y el desconcierto...

----------Pero un momento..., ¿todos? Entonces, ¿qué hace ahí, en primer plano, ese burro blanco, firme como un poste, ajeno al terror que asola al mundo y preocupado únicamente por guardar la compostura y seguir rumiando la poca hierba que el suelo devastado le ofrece? ¿Acaso cuenta con información privilegiada que le permite pasar de todo? ¿Es quizás sordo y ciego? ¿Tiene tal vez un C. I. espectacularmente alto? ¿Será, por el contrario, un auténtico asno, incapaz de percibir el fragor de una bomba que estalle a su lado?

----------Seguramente se trata de la agudeza del inconsciente. Sin duda es el único que comprende que, ante la amenaza que se avecina, es inútil dejarse llevar por el pánico y es más conveniente aplicar el principio del CARPE DIEM, aprovechando la última brizna de hierba y el último aliento para reírse del mundo. Cuán cierto es que, en muchas ocasiones, los tontos llegan menos lejos, pero son más felices.

Y cuánta razón tuvo Goya en sus predicciones –o Asensio Juliá, su amigo, a quien ahora se atribuye esta obra- al hablar de la solemne estulticia del mundo y sus pobladores...

lunes, 14 de febrero de 2011

88 / LA BALSA DE LA MEDUSA




----------Géricault no fue un artista fácil ni complaciente. Jinete experto y gran aficionado a la hípica –sobre cuyo tema pintó varias obras- su mayor interés se centraba en los aspectos más morbosos de la realidad. Gustaba de retratar a los ajusticiados, pintar las cabezas de los decapitados, dibujar a los dementes, buscando con ello, sin duda, un cierto sensacionalismo, un toque de amarillismo. Murió con sólo 33 años, a consecuencia de la caída de un caballo. Ironías de la vida...
----------Cuando pintó La balsa de la Medusa, en 1819, sabía de sobra que la obra no iba a gustar al público ni a la crítica y que el escándalo estaba asegurado. Y lo sabía porque, alejándose de los temas heroicos de la antigüedad tan de moda en los Salones de Pintura del París galante, eligió un tema de rabiosa actualidad: el naufragio de la fragata Medusa, ocurrido sólo tres años antes, en 1816. El hecho en sí y más aún las secuelas del mismo conmovieron las conciencias de toda Francia y despertaron un sentimiento de culpabilidad colectiva ante unos sucesos tan vergonzosos como inhumanos.
----------En efecto, al naufragar la Medusa frente a las costas del África Oriental, la tripulación de la fragata se desentendió de un grupo de 150 personas que intentaron salvarse en una balsa y las abandonó a su suerte. Los náufragos aguantaron a merced del mar quince días, durante los cuales vivieron escenas dantescas de muerte y hasta de canibalismo. Cuando fueron recogidos por otro barco, sólo diez seguían con vida.
----------El artista, como buen romántico, pone el dedo en la llaga mostrando a un grupo de gente anónima agitada por la desesperación, que intenta atraer la atención, moviendo sus brazos y sus ropajes, de una nave que se ve minúscula en el horizonte. El grupo está capitaneado por un negro que agita con la mano izquierda una tela roja y esto fue la puntilla para la refinada burguesía francesa, que aún creía a pies juntillas en la supremacía de la raza blanca y tenía en las colonias de África sólo un medio fácil de enriquecimiento. Un hecho inaceptable para ellos y conscientemente reivindicativo para el artista.
----------Varios de los que están sobre la almadía ya están muertos y algunos –como el del extremo izquierdo, a juzgar por el color azulado de su piel, o el del borde inferior derecho, que arrastra la cabeza sumergida- desde hace días y están sirviendo de alimento al resto. La prensa gala optó por la política del avestruz y las autoridades secuestraron el libro que apareció poco después, escrito por los escasos supervivientes,
----------Sabiamente, Géricault potencia el dramatismo del hecho con las rachas de viento impetuoso que agita la minúscula vela, con la turbulencia del oleaje y con ese cielo amenazador que augura desastres. Periodismo gráfico de la mejor calidad, diríamos con palabras de hoy. El cuadro, de 7 x 5 m. y que fue tan denostado en su tiempo, es hoy una de las estrellas del Museo del Louvre, junto con la Gioconda.
----------Times are changing!, -que dijo Bob Dylan en un momento de arrebato...

domingo, 6 de febrero de 2011

87 / LA EDAD DE LA IRA


Pero su trabajo más representativo no son estos retratos, por muy VIP que sea la gente a la que pinta. La verdadera obra de Guayasamín se centra y toma carácter en todo lo contrario: los desarrapados del mundo, las víctimas de la sociedad, los miserables que sufren en sus carnes –pocas por otra parte- las consecuencias del capitalismo feroz y de la desigualdad.

Su gran obra fue una serie muy amplia llamada La Edad de la Ira. Por ella desfilan los símbolos de la opresión y de la injusticia. En el cuadro que abre esta entrada, una figura esquelética de medio cuerpo se lleva las manos a la boca para gritar. Podemos contar sus costillas y los huesos de los brazos se identifican con los músculos. La desesperación se refleja con claridad en su rostro. Pero no es una desesperación resignada, nada de eso, ni tampoco muda. Todo su cuerpo grita, porque eso es lo único que puede hacer: gritar y protestar.

Es un tipo de pintura de rasgos angulosos y agresivos. La técnica es rotunda, y normalmente el autor termina sus trabajos con golpes de espátula cargada de pintura mezclada con masilla o arena para dar una textura áspera. Lo que suele resaltar más es la boca abierta, plagada de filas de dientes afilados dispuestos a desgarrar, aumentando aún más con este detalle el aspecto agresivo de sus cuadros.

Anteriormente, el noruego Munch había pintado un famoso cuadro titulado El grito; pero, en el caso del pintor ecuatoriano, este grito se repite una y otra vez hasta que se convierte en un clamor: el clamor de los hambrientos y de los miserables que no tienen ni lo más elemental.

Porque, a pesar de no tener nada, nadie les puede quitar lo único que les queda: la posibilidad de gritar a coro, denunciando un mundo de preñado de injusticias, absurdo y desigual.

martes, 1 de febrero de 2011

86 / ¡OJALÁ LA HUBIESE CONOCIDO!



----------Max Ophuls dirigió en 1948 una joya del séptimo arte llamada Carta de una desconocida, con una Joan Fontaine que se esfuerza por parecer una adolescente y un Louis Jourdan muy por encima de la media de sus interpretaciones. La historia se centra en una muchacha que se enamora perdidamente de un apuesto gigoló que vive en su mismo edificio, aunque él no se entera de nada. La joven muere de tuberculosis -¡de qué si no en ese tiempo!- y sólo entonces el guaperas conoce por una carta de ella que ha sido el objeto silencioso de su amor y su deseo durante muchos años. Un blanco y negro fascinante y, sin duda alguna, una obra cumbre del melodrama, ambientada a principios del siglo XX.
----------Algo similar me pasó a mí, pero al revés, cuando vi por primera vez este Retrato de una desconocida (Louvre, París) de Edgar Degas. Me quedé prendado de la belleza clásica de esta mujer, que puede que para muchos no deje de ser una más del montón. Se trata de una de esas cosas que –aunque no sabes bien por qué- te fascinan. Es una obrita pequeña sobre lienzo –sólo 22x27 cm., un folio pequeño- y está realizada con una sencillez apabullante. Aún hoy me resulta difícil decidirme para aclarar qué es lo que me atrae de ella. No sé si es ese moño que corona una mata de pelo con irisaciones pelirrojas, la nariz potente y bien dibujada, o esa boca de labios húmedos y sonrosados. Tal vez sea el cuello, fino hasta la desproporción, que le da un sutil efecto de fragilidad. O el traje negro, o el pendiente rojo casi invisible que cuelga de su oreja. Sigo sin saberlo, pero ese rostro me sigue fascinando. Esa oreja en penumbra, apenas sugerida, me incita a acercar mis labios y a besarla con suavidad. No es una atracción erótica, puedo asegurarlo, ni tampoco se trata de un complejo de Edipo mal resuelto.
----------Esta mujer tiene una combinación de rasgos faciales que encuentro sencillamente perfecta. Da un aspecto de madurez femenina apta para encarnar a todo un género. Y, además, el hecho de ser una desconocida le infunde un misterio y una indefinición más atrayentes aún. Ni un nombre, ni siquiera un apellido. Sólo unos rasgos que otros puede que consideren vulgares y un peinado demodé y del montón.
----------Pero no puedo evitarlo: esta mujer me sigue fascinando cada vez que veo su retrato. ¡Ojalá la hubiese conocido en persona! Quizás mi vida habría tomado otro rumbo, ignoro si mejor o peor...