sábado, 25 de julio de 2009

CON BARBAS Y A LO LOCO

La naturaleza hace unas cosas maravillosas –las flores, los amaneceres y los niños, por ejemplo- pero a veces también se equivoca, con resultados realmente sorprendentes. Engendra auténticos fenómenos de feria y, a falta de reporteros gráficos, ahí están los pintores para dejar constancia de ello. En este caso nos referimos a la señora Magdalena Ventura, una italiana nacida en los Abruzzos y que fue retratada por José de Ribera, llamado "lo Spagnoletto" por su corta estatura. Esta obra puede ser admirada en el Hospital Tavera de Toledo.

            Cuenta la historia -que no leyenda- que, siendo Magdalena una mujer normal, a poco de dar a luz a su hijo, al que sostiene en brazos, comenzó a crecerle la barba y fue adquiriendo caracteres masculinos –sin perder por supuesto los femeninos- hasta presentar el extraño aspecto con que aparece en el cuadro. Hoy diríamos que había tenido un desarreglo hormonal agudo. Para aumentar el contraste entre ambos tipos de caracteres secundarios –el pecho femenino y el "algo más que vello" masculino-, el artista la hace posar en actitud de amamantar al niño, para que no quede duda alguna de su condición de mujer "con toda la barba", mostrando un seno algo caído pero aún vigoroso, sin necesidad alguna de silicona.

            Por supuesto, el retrato es un reflejo fiel del/la modelo, lo que nos incita a preguntarnos quién es en realidad más "hombre", si la señora Magdalena o su señor marido que se esconde entre la sombra con cara de resignación. Ribera cuenta los detalles del "milagro" –así lo llama en latín en la segunda línea del escrito que hay a la derecha del cuadro- de la asombrosa mutación que se produjo en esta ¿mujer? Pero este mismo desarreglo, que para muchas otras mujeres podría haber sido motivo de depresión, ella lo asume con ánimo y actitud desafiante, haciéndose así merecedora de pasar a los anales de la historia. Nada se cuenta del marido. Ignoramos en qué trabajaba este hombre, pero seguro que hoy día, bien aconsejado, habría ganado un capital acudiendo a los reality shows de las televisiones –nacionales y autonómicas- para contar con pelos y señales la experiencia de su vida conyugal con un freak, con un indiscutible fenómeno de feria. O escribiendo con ayuda un libro del que al poco tiempo se extraería el guión de una película de clase B.

            Pero en el aire queda flotando una pregunta clave: ¿Habría hoy día muchas mujeres dispuestas a verse de esta guisa a cambio de ser tocadas por el dedo del arte y pasar así a la inmortalidad? Respóndete, si eres mujer y si te atreves...

 


viernes, 17 de julio de 2009

EL ESPEJO ROTO

El ingeniero francés Alexandre G. Eiffel levantó su famosa torre para la Exposición Internacional de París de 1889, montando un inmenso mecano que desde el primer momento fue motivo de polémica en los círculos intelectuales y artísticos de la ciudad del sol. El pintor Robert Delaunay, unos años más tarde, la destruye plásticamente en esta obra, que está encuadrada dentro lo que él mismo denomina su époque destructive. La representó más de treinta veces desde 1909 y experimentó con ella -como los cubistas estaban por entonces haciendo con los objetos de uso cotidiano-, "analizándola, recreándola, coloreándola y destruyéndola a placer".

Pues, en efecto, en su conjunto el cuadro semeja claramente la imagen de la inmensa torre reflejada en un espejo que ha sido hecho pedazos y reconstruido con posterioridad. Los ritmos lineales muestran a las claras las juntas de unión de unos trozos con otros, tras el esfuerzo inútil de rehacer un objeto de por sí puro, brillante y perfecto que, si se rompe, deja de cumplir en gran parte la función para la que ha sido fabricado. No fue ésta, con toda seguridad, la intención del artista -que hablaba sólo con líneas y colores-, pero el ingenio y la osadía nos permiten inventar referencias atrevidas y hasta imposibles.

La pregunta surge irremisiblemente: si se quiebra el espejo, ¿se rompe también la imagen reflejada? Y la rotura de ésta, ¿influye de alguna forma en el sujeto que se mira? ¿Qué parte del mirón se fragmenta o se desgaja a consecuencia de la rotura de su otra realidad especular? El espejo, que diariamente nos hace subir o bajar la autoestima, fue letal para Narciso y la causa última de su muerte enamorada. Se miró en él y lo que vio fue su propia muerte. Al expirar Narciso murió también su reflejo, que acabó descendiendo río abajo hasta el mar, encadenado como estaba de forma inexorable al brillo de la misma corriente que le dio la existencia.

La torre Eiffel, en cambio, por mor del ingenio y la sensibilidad de Delaunay y con la complicidad del espectador, se quiebra, se autodestruye y –como el Ave Fénix- renace a otra dimensión superior, la artística, pasando de ser obra de ingeniería a ser obra de arte. Sin duda alguna gana en el cambio. Su imponente imagen de acero distingue y simboliza a una ciudad, París, a los ojos de los turistas del mundo entero; su imagen plástica respira elocuencia y grita desde las paredes del Art Institute de Chicago en el lenguaje de las formas y los colores, provocando sugerencias de placer estético y de sensibilidad en los espectadores que acuden a verla. Ambas imágenes se necesitan y, con el tiempo, llegan a ser inseparables. Son iconos gemelos de una realidad que percibimos, no a uno, ni a dos, sino a innumerables niveles visuales.

Y todos nos hablan al mismo tiempo…

 

 


lunes, 6 de julio de 2009

EL BUITRE DE LEONARDO






Leonardo da Vinci nació en un pequeño pueblo cercano a Florencia llamado Vinci, de donde sacó su apellido. Fue hijo natural de Piero da Vinci, notario, y de Caterina, de profesión campesina y por ello sin derecho a apellido. Al poco tiempo Caterina casó con un hombre de su clase y Piero con una tal Albiera di Giovani. El niño siguió viviendo con su padre varios años, por lo que almacenó recuerdos tanto de su madre como de su madrastra.
En realidad, de su infancia no conocemos nada, salvo un sueño descrito por el mismo Leonardo en uno de sus libros: “En el más remoto recuerdo de mi infancia acude a mi memoria que, hallándome todavía en la cuna, vino hacia mí un buitre, me abrió la boca con la cola y, repetidas veces, me golpeó con ella entre los labios. Tal era mi destino.” A partir de este breve texto, y estableciendo relaciones con los significados del buitre en el antiguo Egipto, el profesor Sigmund Freud de Viena escribió un ensayo sobre la relación edípica de Leonardo con su madre biológica, a pesar de lo poco que la conoció.
En el cuadro Santa Ana, la Virgen, el Niño y el cordero (h. 1500, Museo del Louvre, París), aparecen la Virgen María y su madre que, según Freud, son unas claras referencias a la madre y a la madrastra del artista, que a su vez fueron motivo -siempre según el psicólogo vienés- de la supuesta homosexualidad de Leonardo. En este cuadro –véase el dibujo adjunto- Sigmund Freud creyó incluso encontrar la figura camuflada del buitre, símbolo, desde Egipto, de la homosexualidad.
Hoy parece que dicha tendencia de Leonardo no fue tan supuesta, sino real, lo que podría explicar el hecho de que no contrajese jamás matrimonio. Además, está documentado que, en 1525, todos los alumnos del taller de Andrea Verrocchio -entre los que se encontraba Leonardo ya con 23 años-, fueron acusados de sodomía, a la que en aquella época se conocía como el vicio nefando. En dicho taller compartió enseñanzas con los que luego serían los mejores de la escuela florentina, incluido Sandro Botticelli, con quien se asoció para abrir una taberna donde se servían exquisitos platos al estilo de lo que hoy llamamos “nueva restauración”. Pero ésa ya es otra historia...

sábado, 4 de julio de 2009

Arte de Bolsillo

DOS YUPPIES DEL SIGLO XVI




Se llaman Jean de Dinterville el de la izquierda, Georges de Selve el de la derecha y son franceses. Aún les bulle la juventud por las venas y ya son embajadores de Francia en la corte inglesa. Realmente son unos J.A.S.P. (Jóvenes Aunque Suficientemente Preparados), la gente de su entorno los considera unos auténticos V.I.P.s (Very Important Persons) y encajan como un guante en el ambiente de los W.A.S.P. (White Anglo Saxon Protestant). Son la flor y nata de la diplomacia y han estudiado en las mejores escuelas de su tiempo, siendo los dos los número uno de su promoción. Y además son guapos, su porte es distinguido y visten de lo más fashion, por lo que se llevan de calle a las damas de la Corte anglosajona.


La verdad es que se han preparado para ello y han trabajado día y noche para conseguir llegar a donde han llegado. Dominan la Astronomía, la Geografía, la Música, la Poesía, la Oratoria y bastantes disciplinas más, según indican los objetos alegóricos que el pintor Hans Holbein el Joven les pone como fondo en esta obra que está en la National Gallery de Londres. El lujo y el refinamiento los rodea por doquier. Tienen de fondo una valiosa cortina verde de brocado y sus zapatos pisan un costosísimo suelo decorado con taraceas realizadas con los mármoles más valiosos por los mejores artesanos. Todo de la mejor calidad y al precio más elevado.


Pero son mortales... -piensa el artista para sí, austero como es en su vida y en su estilo- y alguien debe recordárselo, aunque sea de forma velada... Y se lo dice, a modo de recomendación cariñosa Memento mori (Recordad que hemos de morir)- como mejor sabe hacerlo: con el lenguaje del arte. Por eso pone delante de ellos esa extraña forma alargada del primer plano. Ellos la ven y, desde su pose espontánea, saben que nosotros también la vemos. El aviso es para todos. A primera vista parece un ectoplasma salido de cualquier película de Spielberg, o una masa amorfa en descomposición, pero en realidad es la clara imagen de una calavera que sólo es posible ver en su estado real mirándola de arriba a abajo en diagonal, siguiendo la dirección de la figura. Se trata de un juego gráfico basado en la deformación calculada de una figura y en su posterior corrección perspectívica, eligiendo para ello el punto de vista adecuado. Se llama ANAMORFOSIS. Sólo es posible recuperar la forma original pegando el ojo a la pantalla en la dirección indicada. Inténtalo, que un poco de gimnasia siempre ayuda. ¡Ah, y sin olvidarte de cerrar el ojo izquierdo!


El buen Arte siempre sorprende y pone las cosas en su sitio. La vida es un excelente tema para el arte. También la muerte. Ambas –vida y muerte- pueden ser transformadas en belleza. Ya lo dijo Picasso. ¿O no fue Picasso? Pero alguien lo dijo...