jueves, 31 de mayo de 2012

144 / LA ODALISCA DE MARRAS

         En el Romanticismo le entró a la gente la fiebre por los viajes a países exóticos y, de forma especial, a los territorios de Oriente. Entonces se puso de moda la figura de la Odalisca, el summum del placer y de la pereza, que parece sacada de cualquiera de los cuentos de Las Mil y una noches. La imagen en sí no es en absoluto nueva ni original, pues ya los maestros del Renacimiento –con Giorgione y Tiziano a la cabeza- las habían representado insistentemente, bajo apariencia de Venus, dormidas o despiertas, con un esquema prácticamente idéntico. Los románticos de mediados del XIX –Ingres, Delacroix, Manet y otros, hasta llegar a nuestro Fortuny- retomaron el tema, recreándolo en ambientes exóticos, más actualizados, y enriqueciéndolo con detalles decorativos de tipo orientalista, estilo que en ese tiempo era lo más in y lo megafashion. El esquema es bastante simple: Una mujer se nos muestra desnuda y perezosamente acostada en una cama, mientras un/a sirviente/a o similar toca algún instrumento para endulzar su sueño. Pero, en el tratamiento del tema, Mariano Fortuny se manifiesta como el pintorazo que es; para mí, junto con Rosales, uno de los mejores y más dotados que ha dado la pintura española. ¡Lástima que ambos murieron en edad temprana –alrededor de los treinta y pocos-, dejándonos huérfanos de sus obras de madurez!
            El maravilloso desnudo –ver esquema adjunto- se encuentra situado exactamente en la sección áurea del espacio, vertical y horizontalmente, por lo que cautiva por completo nuestra atención. La mujer, de una hermosura y lozanía incomparables, acaba de despertarse y se gira hacia arriba buscando una postura más cómoda. La sábana que hay bajo el cuerpo es un portento de volumen y de modelado. El ambiente está recargado de detalles orientales –cofres tallados, cortinas, un narguile, paredes decoradas con arabescos, telas de colores- pero el pintor tiene la sabiduría de sumirlo todo en una penumbra muy matizada, de forma que nada pueda competir con el cuerpo femenino. Éste es el emisor y, al mismo tiempo, el receptor de una luz que hace que el interior de la habitación –o de la jaima- resulte deslumbrante. Un cuerpo que está totalmente desnudo, pleno por su edad y perfecto de proporciones, apenas adornado –no necesita más- por unas sencillas ajorcas en muñecas y tobillos y un aderezo en cuello y orejas. El cuerpo mismo es la joya, lo demás está de sobra.
            El cuadro fue pintado al óleo sobre cartón y es de tamaño mediano pequeño. La gracia, la delicadeza de la pincelada y el colorido depurado y transparente remiten a los grandes maestros del Renacimiento antes citados. Fortuny vio en este motivo una ocasión para lucirse y demostrar que era un auténtico JASP (Joven Aunque Suficientemente Preparado) y un figura.
            El dibujo es perfecto y la luz lo envuelve todo, creando penumbras cargadas de sugerencias poéticas. Esa es la misma luz que, años más tarde, buscaría Paul Klee en sus viajes al norte de África. Pero, amigos, esa ya es otra historia

domingo, 6 de mayo de 2012

143 / EL FARO DE ALEJANDRÍA



El faro de Alejandría fue supuestamente construido, según unos por Ptolomeo II, mientras que otros se lo atribuyen a Alejandro y algún despistado a Cleopatra. Sobre los espejos que, según afirman los autores antiguos, había en la famosa edificación –levantada en la pequeña isla de Pharos, de ahí su nombre- y que servían para reflejar la luz de una antorcha a grandes distancias, se plantean varias hipótesis, cada una más fantástica que la anterior. Por ejemplo, se dice que en lo alto de la célebre torre había un conjunto de espejos pulidos que, además de mostrar el porvenir hasta con un año de antelación, advertían con toda certeza sobre si habría buenas cosechas o no y avisaban de la llegada de los enemigos a una distancia de hasta 50 millas. Estos espejos, dicen algunos historiadores, estaban fabricados con hierro de China, material que hasta hoy nadie ha sabido decir qué es exactamente. Bernard de Montfaucon afirma que “la extraordinaria altura de la torre hacía que el fuego que se encendía en ella pareciese la luna. Pero cuando se veía de lejos parecía más pequeño y tenía la forma de una estrella muy alta sobre el horizonte”.
Según otros textos antiguos, la torre del faro estaba firmemente asentada sobre cuatro cangrejos de cristal instalados bajo el mar, a 20 pasos de profundidad, rematando su parte superior en un sarcófago de ámbar y una aguja dorada a la que iban sujetos los espejos fabricados, no con cristal, sino con mármol de Menfis, un material –según se decía entonces- diáfano como una gema. Sobre esos cangrejos, a modo de juego de ruedas, se podía desplazar toda la construcción. Otras crónicas afirman que estaba provisto de instrumentos muy notables y de autómatas que seguían la marcha de las horas, de los astros y de los barcos...
El faro, que aparece al lado en monedas y grabados antiguos, ha sido tradicionalmente considerado la segunda de las maravillas del mundo antiguo, junto con los jardines colgantes de Babilonia, las pirámides de Egipto, y algunas otras hasta siete. Últimamente se comenta que han sido hallados los restos de la ciudad de Alejandría, a no sé cuántos metros bajo las aguas del Mediterráneo. Si se encontrasen los cimientos del edificio, tendríamos la certeza de que al menos existió; con el tiempo la imaginación humana se ha ido encargando de idealizarlo y de crear fantásticas leyendas sobre él, sus usos y sus funciones.
Mientras tanto, lo más parecido a él que tenemos es nuestra Torre de Hércules, a las afueras de La Coruña. Tampoco está tan mal, y el que no se consuela es porque no quiere…