viernes, 24 de agosto de 2012

153 / NEFERTITI, LA BELLA DEL NILO


Los libros de arte, por lo general bastante propensos a los tópicos y a los lugares comunes –salvo valiosas excepciones que aportan datos verdaderamente interesantes- nos han acostumbrado a ver el arte egipcio como una expresión rígida y codificada hasta extremos insospechables. Que si las piernas vistas de perfil, que si el torso visto de frente, pero con los brazos vistos de nuevo de perfil y con las manos en posición de danza egipcia –nunca mejor dicho. Pero esta visión del Arte del antiguo Egipto –hecho para grandeza del faraón o con motivos exclusivamente religiosos- deja paso, en la época tardía, a obras tan personales como este retrato en busto de Nefertiti, cuya veracidad y naturalismo no puede por menos que sorprendernos.

            Vivió y reinó en el siglo XIV antes de Cristo y fue esposa de Akenatón, el faraón que impuso el culto del dios-sol Atón. En efecto, el rostro de esta mujer –por otra parte ferviente adoradora del dios y puede que hasta sacerdotisa, caso extrañísimo- refleja en la perfección de sus rasgos, en su tez tostada y en la proporción de las distintas partes de su rostro, la belleza del astro rey. Unas amplias cejas –siempre, por supuesto, pintadas previa depilación- enmarcan por arriba una faz que por abajo se cierra con unos labios únicos y una barbilla elegante, femenina y perfectamente encajada en el conjunto.

            Ni su oreja derecha rota, ni su ojo izquierdo en blanco –sin pupila, con aspecto de tuerto-, ni el ureus –sombrero ritual para las grandes ceremonias- partido consiguen empañar lo más mínimo la sensación de belleza que irradia de ese rostro perfecto y de ese cuello de cisne. Seguramente los aficionados a la antropología se remitirían inmediatamente a las mujeres-jirafa de Extremo Oriente, pero los dilettantes del arte pensamos automáticamente en las Vírgenes y en los ángeles del Manierismo –léase Parmigianino- de cuellos esbeltos y miembros sometidos a una estilización consciente y elegantísima. Y, sin duda, esos ojos almendrados, resaltados sus contornos con líneas de kohol, ven más allá de lo que vemos los demás.

            Así la talló Tutmés, el escultor que fue retratista oficial de Akenatón. Y así apareció en su taller, con su medio metro de altura y su decoración intacta, poco antes de la primera Guerra Mundial. Se había creado un estilo, el estilo Tell-el-Amarna, que buscaba la estilización y la belleza pura. En el mismo taller fueron encontrados otros retratos de la bella, algunos inacabados, como el de al lado, que no hicieron más que confirmar su hermosura inimitable.

            Parece que Akenatón, al final de su reinado de dieciséis años, la repudió y la hizo sustituir por otra. De ser así, ¿este hombre estaba ciego o es que era tonto? ¿Dónde iba a encontrar una mujer con una belleza exterior –y también interior, que se refleja a través de la mirada- como la de su esposa Nefertiti? ¡Es como el que vendió el Mercedes para comprarse un Seiscientos! ¡Hay cada tarugo por ahí...!

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