sábado, 14 de julio de 2012

152 / UNA MORENA Y UNA RUBIA

Son amigas y se aman. Lucen hermosas cabelleras, negra una y rubia la otra, y sus cuerpos revientan de hermosura y de plenitud. Tendrán alrededor de veintitantos y han descubierto el amor mutuo y las caricias que llevan al placer y al éxtasis. Cada una adora el cuerpo de la otra y van juntas a todas partes, cogidas de la mano. Son lesbianas y no tienen necesidad de esconderse ante nadie.

            Hoy domingo, siguiendo la clásica costumbre parisina –tantas veces pintada en el aestilo impresionista- dedican la mañana a pasear por las orillas del Sena. Es agradable pisar la hierba, coger ramos de flores y sestear bajo las ramas de un árbol después de un largo paseo en barca. Hace un calor sofocante y tienen ganas de quitarse algo de ropa, pero se contienen porque la ribera del río es un continuo pasear de parejas y familias con niños. Por eso se tumban indolentemente –foto 1- sobre el suelo fresco, junto al tronco de un árbol, y dormitan. La rubia lleva una pamela de ala ancha y ya ha descabezado un sueño. Aún sostiene en su mano el ramo de flores cogido mientras paseaban. La morena está aún medio adormilada y la lasitud de su cuerpo se nota en los ojos apenas entreabiertos y en la dejadez de las manos.

            Así las descubrió Gustave Courbet y así las plasmó en este lienzo que está en el Petit Palais de París. Las actitudes de ambas muestran una animalidad y una conducta instintiva que causó estupor e indignación entre los críticos moralistas de la época. Nunca nadie se había atrevido a representar con tanto descaro la entrega de estas dos mujeres al sopor y al placer de la pereza y el abandono. Son las demoiselles de la Seine y así las llaman quienes las conocen.
            Cuando llega la noche –foto 2-, se entregan al disfrute de sus cuerpos sobre la cama de un pequeño apartamento abuhardillado en la zona alta de Montmartre. No es lujoso y sólo tiene un dormitorio, pero para ellas es suficiente. Les bastaría con cualquier rincón donde cupiese una cama en la que poder librar sus batallas amorosas. Se diría que éstas son movidas, si no violentas, a juzgar por el collar de perlas que aparece roto sobre la sábana y la peineta caída entre las piernas de ambas amigas. Tras el combate carnal ante el jarrón con el ramo de flores que trajeron de las orillas del Sena por la mañana, se entregan de nuevo al sueño reparador, enredadas las piernas y en contacto íntimo los cuerpos. Son las lesbianas del barrio, la morena y la rubia. Todo el mundo las conoce y ellas piensan que no tienen por qué esconderse. Así las encontró de nuevo Courbet y de esta forma quedaron pintadas para la posteridad en este otro cuadro, también del Petit Palais, titulado El sueño.
            Sin duda sueñan la una con la otra y sus manos se buscan incluso mientras duermen. Las dos transpiran corporeidad y sus cuerpos pletóricos de vida y de amor sienten que, mientras se tengan mutuamente y tengan juventud, todo irá bien. Después…, qui peut  savoir ça, mes amis?

miércoles, 11 de julio de 2012

149. LA REINA ESTÁ LOCA


El pintor Lorenzo Vallés hizo sin duda abundantes obras pictóricas de mérito, pero ha pasado a la posteridad por este cuadro, considerado uno de los mejores de la pintura histórica española. Se titula Demencia de Doña Juana de Castilla y está en el Museo del Prado (Madrid).
            No tiene significados ocultos, ni tampoco acumula una cantidad ingente de personajes. Sólo Juana, hija de los Reyes Católicos que, con un gesto de sus manos -¡pero qué manos!- pide a tres cortesanos que guarden silencio, porque su marido, Felipe el Hermoso, está durmiendo tras la cortina. Aquí viene a pasar como en muchas películas: todos sabemos quién es el asesino, menos el protagonista, que se expone por ello a diversos peligros. La única, en efecto, que no admite la muerte del príncipe consorte es Juana, pero a consecuencia de una incurable locura de amor, título además de una película española sobre el tema, dirigida por Juan de Orduña y protagonizada por Aurora Bautista en 1948.
            Se dice que la muerte le vino al truncado futuro rey por tomar agua muy fría tras un disputado partido de tenis. Bien pudo ser un infarto, una muerte súbita o cualquier otro mal entonces desconocido y que hoy se podría haber tratado con garantías.
            Pero no pretendemos hacer un estudio clínico del cuadro, sino un análisis plástico. Para mí, este cuadro tiene dos valores innegables desde el punto de vista artístico. Uno de ellos es la textura, con la que el pintor consigue perfectamente imitar la calidad de los materiales de que están hechas las cosas: el terciopelo en el luto de la Infanta, la seda en su vestido y en las cortinas, el paño y el raso en los trajes de los asesores, la suavidad de la madera del entarimado, el cuero repujado de la silla o la aspereza de la alfombra. En esto demuestra Vallés una maestría insuperable.
            El otro elemento plástico es la luz que invade la escena y las cabezas de los personajes, centrándose de forma especial en Juana la Loca, en su rostro y en sus manos, como se puede ver en el detalle adjunto. Las manos de la Infanta están suave y delicadamente modeladas por la luz, no una luz violenta, sino acariciadora y muy matizada. Por la luz que ilumina la mitad del rostro logramos percibir el cabello alborotado. Por la misma luz podemos notar sus ojos exageradamente abiertos y perdidos. Una luz dulce, sin contrastes fuertes, modela los pliegues de su camisa, devolviéndonos un reflejo de una blancura inimitable. Esa luz brilla de manera especial en el pliegue inferior de su vestido y a lo largo de toda la cortina, austera y sin adornos apenas, que actúa como un muro tenue que separa la luz de la sombra y de la muerte.
            Juana fracasó en su intento de asumir la muerte de su esposo y se volvió loca; los cortesanos fracasaron en su empeño de lograr que la Infanta volviese a su sano juicio, en un tiempo en que los psiquiatras y los psicólogos aún no habían sido inventados. Pero Lorenzo Vallés acertó, al menos por una vez, totalmente en sus planteamientos y nos dejó una maravillosa obra de arte.

            Un auténtico disfrute para la vista. A mí, al menos, este cuadro "me vuelve loco "cada vez que lo veo… Cosas del Arte.