jueves, 14 de junio de 2012

146 / EL INVIERNO DE NUESTRO DESCONTENTO


Claudio Lorenzale es un pintor muy poco conocido. Fue un catalán que estudió Arte primero en Murcia y posteriormente en Barcelona, en la Escuela de la Lonja. Desde muy joven quedó deslumbrado por la corriente pictórica llamada de los nazarenos, cuyos líderes y fundadores fueron los alemanes Overbeck y Cornelius.

            El nazarismo abogaba por la vuelta a un arte romántico con contenidos medievalistas. Sus temas los sacaban de la Biblia, de Shakespeare y de las epopeyas literarias de ambiente medieval, como La Jerusalén libertada de Milton u Orlando furioso de Ariosto. Su estilo, blando y refinado, decadente y sensibleramente beaturrón, a veces era producto de una re-elaboración degenerada del arte de Fra Angélico, del Perugino y del mismo Rafael de Sanzio. Pero sin el genio de éstos, por supuesto.

            Los pintores nazarenos habían asumido un compromiso con la religiosidad católica y representaban exclusivamente temas piadosos y cargados de misticismo. Yo me atrevería a decir que fueron la continuación de las obras de Murillo, pero en malo, sin la técnica apabullante del pintor sevillano, ni su dibujo intachable, ni su soltura de pincelada, ni tampoco su colorido potente y resolutivo. También algunas copias de estos artistas, como las del sevillano, llenaron las casas de principios del siglo XX de insulsas reproducciones rayanas en el kitsch. Me atrevería a decir que lograron ser un arte pompier de segunda fila y a la española en muchos casos. Aunque también hubo, sin duda, algunas obras capaces aguantar el paso del tiempo.

            Esta obra de Lorenzale es una de ellas. Se titula El invierno y su contenido, al par que simple y escueto, resulta intrigante. Una figura femenina aparece flotando en el espacio, bajo un cielo plomizo, sólo roto por un pequeño claro. La figura está totalmente envuelta en varias prendas de abrigo, holgadas y voluminosas que cubren por completo el cuerpo femenino, salvo los ojos. Todo lo que esta mujer tiene que decir tiene necesariamente que expresarlo a través de la mirada. Con esmero se tapa la boca con el grueso manteo, para evitar que el frío reinante le irrite la garganta. Imposible percibir una mano, un pie y ni siquiera la forma del contorno del cuerpo, un hombro o una cadera. Sólo los ojos nos miran interrogándonos y sugiriéndonos que, para combatir el frío exterior, nada mejor que encender el fuego interior, el fervor del corazón, el calor de la religiosidad y la devoción, el volcán de la piedad y el amor a lo divino.

            El cielo se adivina nuboso e inmaterial, encerrado en un óvalo de perímetro sinuoso. De la figura, aparte de sus ojos profundos, sólo nos llama la atención el plegado de las telas, de movimiento ondulante, cadencioso y rotundo a la vez. 


            Estamos en presencia del símbolo en estado puro y, ante él, únicamente nos queda el asombro sostenido y el silencio espectante. Cosas del Arte. ¡Ah! Y el título de este post es cosa de Shakespeare, el gran don Guillermo…

1 comentario:

  1. Una imagen llena de misterio que me atrae. Tiene mucho poder de sugerencia. También es interesante conocer a esos "nazarenos". Saludos,

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