viernes, 8 de junio de 2012

145 / LAS HILANDERAS DE MIGUEL ÁNGEL

             No, no se trata de un error de título. Sigue leyendo y lo entenderás…

¿Son los grandes maestros del Arte tan grandes porque son irrepetibles? ¿Han sido siempre originales, creando un estilo totalmente nuevo, o han libado de los artistas anteriores, parasitando de ellos ora los temas, ora alguna figura? Nihil novum sub sole, que para los que no saben latín quiere decir que nada hay en el mundo que sea del todo nuevo, y que la materia no se gasta, sino que se transforma, al igual que la inspiración de los artistas, que muchas veces se alimenta de las obras de otros. Para ilustrar este comienzo hemos elegido un conocido cuadro de Velázquez, cuyo título oficial es La fábula de Aracné (Prado, Madrid), aunque todos lo conocemos por Las hilanderas. Lo que cuenta se resume así:

            Aracné era una mujer muy hábil tejiendo, pero algo bocazas. Un día se le ocurrió presumir ante sus amigas de que no había sobre la tierra nadie, mujer o diosa, que pudiese competir con ella con la rueca y la lanzadera. La diosa Atenea aceptó el reto y ahí tenemos a ambas mujeres –Atenea disfrazada de mujer mayor a la izquierda y Aracné de espaldas y con blusa blanca a la derecha- trabajando afanosamente en tejer un tapiz con el tema de El rapto de Europa, argumento que, hoy al menos, no vamos a explicar.

            Velázquez, por su parte, era bastante descreído en lo tocante a los dioses y las diosas y le gustaba representarlos de forma natural y casi vulgar, sin aspavientos ni alharacas. Además, nada de Monte Olimpo, sino que ambienta la escena en una polvorienta y sombría sala de la Real Fábrica de Tapices de Madrid. Como es lógico, el certamen lo ganó la diosa que, para castigar a la atrevida Aracné, la convirtió en araña –de ahí su nombre- obligándola a dedicar toda la vida a tejer por las esquinas de los salones.
            Pero, ¿y la copia? Copia copia no es, pero inspiración fuerte sí. Velázquez pintó esta obra casi al final de su vida, después incluso de Las Meninas. Mientras tuvo cargos en palacio viajó dos veces a Roma como emisario del rey. Allí pudo observar y admirar –la Ciudad Eterna era entonces el centro artístico del mundo- el techo de la Capilla Sixtina y seguramente manejó grabados de los diferentes grupos y figuras que lo llenan. Entre ellos encontró esta pareja de “ignudi” o jóvenes desnudos –imagen adjunta- que separan unas escenas de otras. ¡Qué suerte!pensó el pintor- ya que estos personajes, convenientemente maquillados, me sirven para las posturas de las dos mujeres principales –Atenea y Aracné- de mi cuadro, que me trae mártir. Suavizo un poco los músculos por aquí, cambio esta mano por allá, ajusto la rueca a una y la devanadera a otra, les pongo las vestimentas apropiadas et voilà!

            Y así lo hizo. Observad con atención el gran parecido entre las figuras de Velázquez y las de Miguel Ángel. Sólo en la postura, claro. Todos lo demás, las otras mujeres, los instrumentos, la escalera, los cortinajes y otros detalles fueron tomados del natural. Bueno, todo no, porque el tapiz del fondo está copiado de un cuadro de Tiziano, llamado El rapto de Europa, cuya historia sigo negándome a contar.

            ¿Y el gato que dormita junto a la pierna de Atenea? Ese es un misterio sin resolver. Quédese en el baúl de los arcanos…

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