Las dos imágenes de esta entrega nos pueden servir para
percibir de forma palpable la evolución del arte de la pintura a través del
tiempo. Para ello hemos elegido dos cuadros con un tema muy similar, que nos
van a permitir analizar claramente las diferencias entre ambas obras, tanto en
el tratamiento de la figura como del ambiente y entorno, sin olvidar la técnica
utilizada en cada caso. Cada artista es, por ello, hijo de su tiempo.
El primer
cuadro es Mujer bañándose, de Rembrandt,
pintado en 1654 y actualmente en la National Gallery de Londres.
Parece que, dada la costumbre de entonces de camuflar el desnudo –o
semidesnudo- femenino bajo el argumento de alguna historia bíblica o
mitológica, la mujer puede ser una representación de Betsabé, la esposa de Urías, que
encandiló al rey David mientras se bañaba y le hizo caer en la degradación
moral, al menos temporalmente. Así lo cuenta en la Biblia el Libro I de los
Reyes. En realidad, la espléndida modelo no es otra que Hendrickje, la esposa del pintor,
manifestada en toda su humanidad, sin ambages y con toda la hermosura que la
adorna. Su actitud muestra una cierta impudicia y al mismo tiempo una ingenua
despreocupación. Por aquel entonces, la esposa de Rembrandt se vio envuelta en un
proceso judicial, acusada de vivir en concubinato con el artista. El pintor la
representa en esta obra entrando en el agua, feliz, desprejuiciada y totalmente
ajena a los infundios que se dicen de ella…
Por otra
parte, la figura aparece en un ambiente sombrío, conseguido a base de veladuras
sucesivas de betún de Judea, y apenas vislumbramos a la izquierda el gran paño
que la aguarda para después del chapuzón. Rembrandt muestra su maestría y su dominio de
la luz en las pinceladas anchas y sueltas que estructuran la camisa blanca de
la mujer, de piernas y muslos abundosos y rollizos. Ella es el centro geométrico y lumínico y nos
resulta difícil apartar la vista de su carne luminosa.
Muy
distinto es el siguiente cuadro, titulado El baño,
pintado por el francés Henry Manguin, que se puede ver en el Museo de Bellas
Artes de Nancy. La pose es similar, no diremos igual. La mujer, como
en la obra anterior, se remanga la enagua o camisa antes de adentrarse en el
agua, pero algo sustancial ha cambiado. Estamos en el postimpresionismo y el
arte ha descubierto dos cosas importantes: el color y el paisaje. Sigue habiendo luces y
sombras, pero únicamente sirven para provocar contrastes. La mujer es sólo un
elemento más en el paisaje. Las paleras, las piteras y los macizos de flores
tienen su protagonismo propio en menoscabo del de la figura. El agua está
rutilante de reflejos y el de la mujer es sólo uno más entre tantos.
Rembrandt
habría puesto al paisaje un traje de sombra y la luz de la luna habría vestido
de luz, no de color, el cuerpo –también espléndido- de esta mujer. Pero el sol
del mediodía se refleja en su camisa y la aplana.
En el
primer cuadro reina la luz y la sombra; en el segundo reina el color. La
bañista de Rembrandt,
cargada de realidad, está simplemente viviendo y su cuerpo palpita. Esta mujer
anónima, aunque cargada de color y de luminosidad, sólo está posando. ¿Para quién? O
lala! That’s the question…!
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