En el Romanticismo le entró a la gente la fiebre por
los viajes a países exóticos y, de forma especial, a los territorios de Oriente.
Entonces se puso de moda la figura de la Odalisca,
el summum del
placer y de la pereza, que parece sacada de cualquiera de los cuentos de Las Mil y una noches. La imagen en sí no es
en absoluto nueva ni original, pues ya los maestros del Renacimiento –con Giorgione y Tiziano
a la cabeza- las habían representado insistentemente, bajo apariencia de Venus,
dormidas o despiertas, con un esquema prácticamente idéntico. Los románticos de mediados del XIX –Ingres,
Delacroix, Manet y otros, hasta llegar a nuestro Fortuny-
retomaron el tema, recreándolo en ambientes exóticos, más actualizados, y
enriqueciéndolo con detalles decorativos de tipo orientalista, estilo que en
ese tiempo era lo más in y lo megafashion.
El esquema es bastante simple: Una mujer se nos muestra desnuda y perezosamente acostada en
una cama, mientras un/a sirviente/a o similar toca algún instrumento para
endulzar su sueño. Pero, en el tratamiento del tema, Mariano Fortuny
se manifiesta como el pintorazo que es; para mí, junto con Rosales, uno de los mejores y más
dotados que ha dado la pintura española. ¡Lástima que ambos murieron en edad
temprana –alrededor de los treinta y pocos-, dejándonos huérfanos de sus obras
de madurez!
El
maravilloso desnudo –ver esquema adjunto- se encuentra situado
exactamente en la sección áurea del espacio, vertical y
horizontalmente, por lo que cautiva por completo nuestra atención. La mujer, de
una hermosura y lozanía incomparables, acaba de despertarse y se gira hacia
arriba buscando una postura más cómoda. La sábana que hay bajo el cuerpo es un
portento de volumen y de modelado. El ambiente está recargado de detalles
orientales –cofres tallados, cortinas, un narguile, paredes decoradas con
arabescos, telas de colores- pero el pintor tiene la sabiduría de sumirlo todo
en una penumbra muy matizada, de forma que nada pueda competir con el cuerpo
femenino. Éste es el emisor y, al mismo tiempo, el receptor de una luz que hace
que el interior de la habitación –o de la jaima- resulte deslumbrante. Un cuerpo que
está totalmente desnudo, pleno por su edad y perfecto de proporciones, apenas
adornado –no necesita más- por unas sencillas ajorcas en muñecas y tobillos y
un aderezo en cuello y orejas. El cuerpo mismo es la joya, lo demás está de sobra.
El cuadro
fue pintado al óleo sobre cartón y es de tamaño mediano pequeño. La gracia, la
delicadeza de la pincelada y el colorido depurado y transparente remiten a los
grandes maestros del Renacimiento antes citados. Fortuny vio en este motivo una
ocasión para lucirse y demostrar que era un auténtico JASP
(Joven Aunque Suficientemente Preparado) y un
figura.
El dibujo es perfecto y la luz lo envuelve todo, creando
penumbras cargadas de sugerencias poéticas. Esa es la misma luz que, años más
tarde, buscaría Paul Klee en sus viajes al norte de África. Pero, amigos, esa ya es
otra historia
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