martes, 16 de octubre de 2012

161 / CUPIDO Y PSIQUIS, ¡QUÉ PASADA!


Cupido –para los griegos Eros y para nosotros Amorcillo- era hijo de Venus y, como ella, dedicó su vida a las actividades amorosas. Fue amamantado por bestias salvajes en medio de la selva y, ya algo crecido, el angelito se dedicó a probar su puntería contra los mismos animales que lo habían criado. Sus herramientas eran el arco y las flechas, que disparaba directamente al corazón de los amantes, incendiándolos con el fuego de la pasión. Lleva alas para dar a entender que el amor es un sentimiento pasajero que se consume y desaparece con los años. Él mismo, conforme fue creciendo, llegó a quedar abrasado por sus propias flechas y se dedicó en cuerpo y alma a conquistar a Psiquis.  

            Psiquis era, a su vez, una muchacha hermosísima pero veleidosa y cambiante como ella sola. Conociendo estas características, Cupido quiso ligársela usando su punto flaco: el anonimato y el efecto sorpresa. Se aplicó a darle todo lo que se le antojaba, fuesen palacios, ropas y todo tipo de caprichos. Pero jamás se dio a conocer a ella. La historia se va enredando en una serie de bucles que la hacen algo tediosa e inferior en atractivo a otras de la mitología. A pesar de esto, ambos personajes –Cupido y Psiquis- han quedado para la posteridad como prototipos del amor puro, del cariño auténtico y de la conquista bien ganada.

            La obra de inicio es un cuadro del francés F. Gérard, al que podemos englobar dentro del movimiento pompier. Eros se acerca cariñosamente a su amada para depositar en su frente un casto y sentido beso. Ésta, ajena a todo, parece no enterarse de nada, su mirada permanece extraviada y se pierde en la lejanía. Él la conoce a ella y la ama, pero ella aún desconoce de quién está recibiendo tantas muestras de amor. Este anonimato es lo que da sentido a este amor mutuo. Cuando Psiquis conoce por fin a Cupido, la magia se destruye y todo lo que su amante le había regalado desaparece, quedando únicamente la soledad y la miseria.

            Más dinámica resulta la escultura del italiano Cánova, en la que el encuentro entre ambos amantes se convierte en un auténtico arrebato erótico. Las alas y la pierna de Cupido forman con el cuerpo de Psiquis una X perfectamente estructurada, cuyo vértice se centra en el punto de unión de las dos bocas que van a sellar su amor con un beso apasionado. Basta ver el esquema adjunto para comprobar lo dicho.

            Poco queda en estas dos obras de la compleja historia mitológica. El afecto mutuo ha pasado de lo temporal a lo eterno y Psiquis ha cambiado su veleidad por un arrebato duradero. Su amor mutuo queda para la posteridad como el ejemplo de un amor adolescente al que la misma pasión vuelve maduro.

            El amor, ese extraño sentimiento que a unos los enaltece y a otros los “entontece”... O la la, l’ amour!, -que dirían los franceses. Por lo menos algún francés lo dijo., seguro...

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