lunes, 1 de octubre de 2012

159 / LE QUITARON LA TÚNICA ROJA…


Este cuadro fue la carta de presentación del Greco en Toledo aunque, curiosamente, tardó cuatro años en cobrarlo por completo. No resultó del agrado de todo el mundo. Porque, vamos a verdirían los canónigos- En primer lugar, ¿qué pintan en el primer plano esas tres mujeres, restando protagonismo a la figura de Jesús, que aparece sólo en un segundo plano? En segundo lugar, ¿por qué las mujeres miran al sayón que está barrenando la madera en lugar de mirar a Jesús? Y, por fin, ¿por qué la cabeza de Jesús se pierde, como una más, entre una turba innumerable de cabezas de los personajes del tercer plano? ¿No debería aparecer como el elemento protagonista indiscutible?

            Estas y otras cuestiones, que fueron motivo de conflicto entre el pintor y el Cabildo de la Catedral –aunque al final, curiosamente, ganó el artista- hacen de esta composición algo único y totalmente original. Porque las tres mujeres son necesarias donde están, situadas en un punto de vista hundido, para crear un contrapicado que sirve para engrandecer la figura de Jesús, auténtico punto central y eje de la muchedumbre. Aunque miran al sayón de traje amarillo –evitando una postura excesivamente forzada- nuestra mirada, al seguir la suya, resbala por la espalda de éste y sube tranquilamente a la cabeza y rostro de Cristo que, en posición áurea, domina y controla todo el conjunto. Y, por último, la agitación de las cabezas del fondo no tiene otra misión que servir de contraste a la expresión serena y resignada de Cristo, que alza sus inmensos ojos al cielo, dando a entender que se encuentra a un nivel superior.

            Las cuatro figuras más cercanas y las tres del segundo plano se van multiplicando progresivamente hasta llegar a ser una marabunta de expresiones y gestos de todo tipo. Ahí, detrás de la cabeza del preso, está el mundo entero en su inmensa variedad: los hay jóvenes y viejos, con cascos y con la cabeza desnuda, bigotudos, barbados y lampiños, semidesnudos y con túnica, con sogas y con picas en las manos. Pero, sin duda, quien está puesto para llamar nuestra atención de forma especial es ese caballero de la armadura pulida que nos mira con fijeza y cuya función se reduce únicamente a servir de espejo al rojo fulgurante de la túnica de Jesús. Armaduras, celadas y picas de la fábrica de armas de Toledo, todas de tiempos del Greco y junto al Tajo, para enriquecer y colmar de furor una escena que sucedió en Jerusalén hacía ya casi veinte siglos.

            Es el anacronismo, la incongruencia temporal voluntaria, ese recurso plástico tan utilizado por Doménicos para intentar que la sociedad toledana se vea implicada en lo que está pasando en sus cuadros. Los argumentos de sus obras son de una categoría superior y participar en ellos no puede por menos que vanagloriar y enorgullecer a los contemporáneos. Todo esto ya pasó, de acuerdo –pensaría sin duda la gente-, pero se sigue repitiendo a diario en un rito llamado la Santa Misa, reconstrucción codificada de los misterios de la Semana Santa. Y, en el centro, la figura recia y hermosa de Jesús –cuello poderoso y manos delicadas-, ajena a los sucesos de su entorno, haciendo de eje de simetría y de punto fuerte gracias a esa túnica inconsútil de un rojo fascinante.


            Rojo de pasión y de amor. Rojo de sangre que va a ser vertida. Rojo como el color del cielo del día siguiente, cuando el velo -también rojo- del templo se desgarró porque Jesús acababa de lanzar al aire su último suspiro... Eli. Eli, lama sabactani?

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