martes, 9 de octubre de 2012

160 / ¡ESTOS INGLESES SON INCREÍBLES...!


 Ahí los tenemos, sentados cómodamente en el living de su casa. Son el Sr. y la Sra. Smith y han tenido el gusto de que los retrate la pintora actualmente de moda en las islas, una tal Deborah Poynton que pone, como única condición, que han de posar desnudos. Por ellos no hay ningún problema; son jóvenes y aún no tienen que ocultarse de las miradas indiscretas, pues sus cuerpos siguen lozanos y atractivos.

            Ambos se sitúan sobre un canapé cubierto con colchas, en postura desenfadada y natural. Al fondo se ve una cortina de terciopelo verde, una especie de mesilla y un cuadro con un paisaje romántico. Todo muy siglo XIX, pero en el XX. Y al mismo tiempo, todo muy corpóreo, muy táctil. La señora Smith luce un desnudo hermoso, su piel es tersa y blanquinosa, pues refleja en su blancor los días de niebla y lluvia tan propios de la capital londinense. Tiene un cuerpo, no diría regordete, pero sí compacto y proporcionado, así como su pecho y las caderas. No es una belleza deslumbrante, pero su rostro transmite un toque de nobleza y su mirada abierta nos desafía.

            El señor Smith es algo más delgado y larguirucho. Suele ir con pantalones cortos, como se deduce –elemental, querido Watson- del tono moreno que se gasta de mitad de muslo para abajo. Entre las piernas luce una evidente erección, indisimulable por otra parte; uno no es de piedra y el cuerpo de su esposa es una permanente fuente de sensaciones, de tentaciones y -salta a la vista- de erecciones. Todo, insisto, muy tangible. La carne se puede tocar, rozar y acariciar y los pliegues de la ropa de la cama medio deshecha nos hablan a gritos de batallas carnales habidas no ha mucho, entre dos luces. Pero este hombre parece insaciable y estar siempre a punto.

            Pero hoy es distinto. Hoy han venido de visita, desde su pequeña granja de las afueras, los padres de él –o tal vez sean los de ella- que quieren pasar unos días en el moderno cottage, aprovechando el buen tiempo y buscando un poco de acción. El doble retrato de sus hijos les ha encantado, por lo natural y por la modernidad de las poses. Y entonces, el padre plantea:

- ¿Por qué no nos hacemos otro retrato todos juntos? Podría resultar divertido...

            
A todos les parece una idea maravillosa. Pero, al mismo tiempo, todos conocen la condición básica: nada de ropa. Llaman a la pintora, que con gusto se desplaza hasta las afueras de la ciudad. No le fue mal la otra vez y cree que la obra que resultó tiene su gracia. Esta vez se trata de un retrato cuádruple. Y entonces, tras unos días de intenso trabajo, se une a las figuras de la pareja joven el cuerpo de piel tostada por el sol del padre, acostumbrado como está al trabajo físico en la granja. Puesto a la izquierda, cerrando la composición, no queda mal. La madre la colocaremos a la derecha, creando así un esquema prácticamente simétrico, con la fórmula hombre-hombre-mujer-mujer y con el esquema viejo-joven-joven-vieja. Jóvenes y mayores unidos por una misma desnudez. Sin falsas vergüenzas, sin tabúes, con naturalidad. Y, sobre todo, que todo resulte muy palpable.

            Pero este señor Smith, el joven, sigue con su altivez palpable entre las piernas. Es un auténtico fenómeno. O tal vez padece de priapismo. No sé qué pensar... ¡Estos ingleses son increíbles...!

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