jueves, 17 de noviembre de 2011

121 / UN CÓMIC DEL GRECO


Narrar una historia supone, como no puede ser menos, una sucesión de tiempo. Yo, por ejemplo, si cuento oralmente una leyenda o un cuento a los niños, necesito para ello un periodo más o menos largo, que me permita empezar por el principio –“Érase una vez...”-, seguir con una serie de aventuras que se dan en el desarrollo y acabar en un final o desenlace y, si es preciso, con moraleja o enseñanza. En esto creo que estamos todos de acuerdo.

Pero en un cuadro no. Si me planto delante de un cuadro para estudiar su argumento, desde el primer momento lo estoy viendo todo de golpe y el tiempo que le dedique será para conocer los personajes e identificarlos dentro de la historia, pero dicha historia no estará organizada en función del tiempo, como en el caso anterior, sino en función del espacio, es decir, en viñetas situadas aquí y allá, con un mayor o menor tamaño según su importancia. Exactamente como pasa en un cómic de Astérix y Obélix, de Mortadelo y Filemón o en un manga.

Doménikos Teotokópoulos –el Greco- estructura este relato en cuatro viñetas, cuya categoría y orden vienen en el esquema adjunto. En la viñeta 1, Mauricio –con coraza violeta- discute con sus centuriones qué decisión tomar, si renunciar o no al cristianismo. (Como curiosidad, a la izquierda y detrás del general –imagen pequeña- podemos ver a un centurión con barba afilada que nos mira, que no es otro que el mismo Greco, que no ha querido perderse este momento de heroísmo).

En la viñeta 2, mucho más pequeña, los soldados –capitaneados por el mismo Mauricio- son conducidos a la muerte, pues se supone que se han negado a homenajear a los dioses. Van todos desnudos y portan las banderas que ya hemos visto en la viñeta anterior.

En la viñeta 3, un soldado que vemos de espaldas a la izquierda los va decapitando por orden mientras, en la cabeza de la fila el general –todavía de violeta- y los otros centuriones ya conocidos les dan ánimos y les recuerdan el premio que les aguarda.

Este premio aparece en la viñeta 4, y no es otro que el cielo, situado en la parte superior, donde unos ángeles les ofrecen la corona de laurel destinada a los héroes y la palma destinada a los mártires, mientras otros, en el extremo izquierdo, tocan diversos instrumentos musicales y cantan salmos.

Lamentablemente, este precioso cómic de casi cinco metros de alto no terminó de gustar al Rey, que encargó la decoración del Escorial a otros artistas de segunda fila venidos de Italia, a los que hoy casi nadie conoce. Y eso que Doménikos hace en esta obra una auténtica demostración de estructuración espacial y un dominio de la narración encomiable.

Ya lo dice el refrán: “Más vale tener suerte que velar un año”.

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