viernes, 11 de noviembre de 2011

120 / LAS REVUELTAS DE BARCELONA EN 1902

Al brincar el siglo XX, la pintura del género histórico da un cambio muy sustancial: se olvida de las leyendas medievales -casi siempre ejemplarizantes, de reyes y de monjes, de apariciones y de batallas gloriosas- y vuelve la vista hacia el entorno más próximo, hacia la intrahistoria que se está haciendo día tras día. Y allí, en la Barcelona de 1902, lo que todos los días se repite son las huelgas obreras, las barricadas y las cargas de la policía o de la guardia civil.

Ramón Casas, un excelente dibujante que retrató a todos los artistas y personas influyentes de su tiempo –gracias a él conocemos los rostros de muchos escritores y artistas- se animó a arremeter un cuadro de grandes dimensiones –casi 5x3 m.- representando una de estas cargas de la guardia civil contra la muchedumbre obrera. No se trata de una batalla, ni siquiera de un combate, pues unos pocos van a caballo y portan sables afilados y relucientes y otros, los más, sólo cuentan con sus manos como armas ofensivas y sus pies como armas defensivas. Y, además, tienen hambre.

A media tarde, cuando el sol comienza a ponerse sobre la iglesia de Santa María del Mar –exactamente, la de la famosa novela La Catedral del Mar de Ildefonso Falcones - en una amplia explanada y entre fábricas y almacenes de hilaturas, presenciamos con asombro cómo un obrero anónimo es arrollado salvajemente por el caballo que azuza el guardia civil de turno, perfectamente pertrechado como una fuerza antidisturbios de entonces.

La masa obrera, espantada ante las patas de los caballos y los brillos de las espadas, se arremolina sobre sí misma como protegiéndose y cubriéndose unos a otros ante un enemigo común que tapa sus rostros con tapabocas de color rojo. No llegamos a percibir ni una sola cara –ni siquiera la del protagonista absoluto, el que se cae delante del caballo- pero, por su movimiento nervioso y descontrolado, notamos el pánico que embarga a los manifestantes. Toda la zona del centro del cuadro estaba hace unos momentos repleta de gente y ahora, como por un milagro, todos se han replegado sobre sí mismos dejando un montón de espacio libre. Hombres, mujeres y niños se arrebujan unos contra otros. No buscan el calor pero sí huyen de la frialdad de las hojas de acero que pueden cortar uno o varios cuellos en cuestión de segundos.

Quieras o no la muchedumbre, como el anonimato, protege. Y la protección es doble si se trata de una muchedumbre anónima. Y ahí estaba Ramón Casas y su maestría artística para dejar constancia de todo, como si fuera un periodista gráfico de los de siempre…

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