domingo, 16 de enero de 2011

84 / EL BELLO GANÍMEDES




----------Júpiter tiraba indistintamente a pelo y a pluma. En cuestiones sexuales no tenía el menor problema, porque era un semental incansable. Y esta vez le dio por un niño llamado Ganímedes, que debía ser una monería el chiquillo. Hoy día, el dios habría tenido problemas con la justicia, por lo de la pederastia, pero en aquel entonces la justicia era él. Mandó a su águila mensajera –algo así como su Boeing particular- que lo capturase y lo subiese al Olimpo, el monte donde residían los dioses, dedicados mayormente a no hacer absolutamente nada, para ser su copero o sea, para servirle los chupitos.

----------Así lo representa Rubens en el cuadro de arriba. Se da la salvedad de que el niño se ha convertido ya en un joven guapo y musculado –un genuino metrosexual- que, recostado sobre el águila, recibe de una pareja de diosas la copa que le servirá para desempeñar su trabajo. Al fondo, en el rincón superior izquierdo, los dioses de ambos sexos se pegan unos banquetazos de campeonato y se entregan a la bebida y al baile que, normalmente, terminan en orgía. El temperamento desmesurado de Rubens se nota, como en todas sus obras, en ese águila impresionante en tamaño y belleza, capaz de transportar más del doble de su propio peso.

----------Otra cosa muy diferente es el cuadro de Rembrandt que viene a continuación, aunque trata el mismo tema. Resulta curioso ver hasta qué punto pueden llegar a ser distintos en planteamientos y resultados dos artistas que vivieron en un tiempo similar y tuvieron ambos una fama que corrió por toda Europa, más en el caso de Pedro Pablo Rubens por el hecho de que era embajador de su país, Flandes, en varias cortes europeas.

----------En este caso el niño sí es tal, pero su belleza debe ser interior, pues por fuera tiene unas proporciones más bien feas. Su rostro se encoge en un mohín repelente, dado que ha sido sorprendido por el águila que lo atrapa por la camisa y lo sube en volandas hacia el éter, que diría el cursi de turno. La ropa tampoco es muy allá y parece de mercadillo. El águila forma una mole oscura que se funde con el fondo, también sombrío, dejándonos apenas vislumbrar lo que hay detrás.

----------Al ser atrapado por la rapaz el niño, que se entretenía cogiendo algunas cerezas en el bosque –ver mano izquierda-, comienza a hacer aspavientos, la ropa se le sube y nos deja a la vista un trasero redondo y gordezuelo y unos buenos muslos, infantiles, eso sí. Y, para colmo de desdichas, se le abre el esfínter y comienza a orinarse encima por el susto. Ya lo dijo el refrán, aunque algunos siglos más tarde: “El que con niños se acuesta, mojado se levanta”.

----------Pero, aparte de estos detalles propios del periodo anal que el niño aún no ha podido superar, nos conviene fijarnos en cuán distintos son los dos cuadros de ambos artistas. El tema es el mismo, pero Rubens sigue soñando con olimpos imposibles y con dioses aspaventosos y grandilocuentes, mientras que Rembrandt otea escrupulosamente su entorno buscando el detalle humano, sea o no agradable. Rembrandt es de la escuela de nuestro Velázquez: ambos pasan de los dioses y, si me aprietas, se ríen de ellos y no pierden ocasión para ridiculizarlos.

----------Cierra la secuencia una escultura del danés Bertel Thordvalsen, de 1817 y en mármol, en la que vemos al muchacho ejerciendo su oficio, dando de beber no a Júpiter –que ya es mayorcito y sabe beber solo- sino al águila que lo elevó a las cumbres del Olimpo, asegurándole un futuro mejor y un empleo de por vida, o sea, de funcionario olímpico.

----------El Arte salta a través del tiempo y los temas inmortales brotan periódicamente para recordarnos que lo que más ansiamos todos –no nos engañemos- no es otra cosa que la belleza y la inmortalidad. Y volar alto como las águilas...

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