miércoles, 11 de julio de 2012

149. LA REINA ESTÁ LOCA


El pintor Lorenzo Vallés hizo sin duda abundantes obras pictóricas de mérito, pero ha pasado a la posteridad por este cuadro, considerado uno de los mejores de la pintura histórica española. Se titula Demencia de Doña Juana de Castilla y está en el Museo del Prado (Madrid).
            No tiene significados ocultos, ni tampoco acumula una cantidad ingente de personajes. Sólo Juana, hija de los Reyes Católicos que, con un gesto de sus manos -¡pero qué manos!- pide a tres cortesanos que guarden silencio, porque su marido, Felipe el Hermoso, está durmiendo tras la cortina. Aquí viene a pasar como en muchas películas: todos sabemos quién es el asesino, menos el protagonista, que se expone por ello a diversos peligros. La única, en efecto, que no admite la muerte del príncipe consorte es Juana, pero a consecuencia de una incurable locura de amor, título además de una película española sobre el tema, dirigida por Juan de Orduña y protagonizada por Aurora Bautista en 1948.
            Se dice que la muerte le vino al truncado futuro rey por tomar agua muy fría tras un disputado partido de tenis. Bien pudo ser un infarto, una muerte súbita o cualquier otro mal entonces desconocido y que hoy se podría haber tratado con garantías.
            Pero no pretendemos hacer un estudio clínico del cuadro, sino un análisis plástico. Para mí, este cuadro tiene dos valores innegables desde el punto de vista artístico. Uno de ellos es la textura, con la que el pintor consigue perfectamente imitar la calidad de los materiales de que están hechas las cosas: el terciopelo en el luto de la Infanta, la seda en su vestido y en las cortinas, el paño y el raso en los trajes de los asesores, la suavidad de la madera del entarimado, el cuero repujado de la silla o la aspereza de la alfombra. En esto demuestra Vallés una maestría insuperable.
            El otro elemento plástico es la luz que invade la escena y las cabezas de los personajes, centrándose de forma especial en Juana la Loca, en su rostro y en sus manos, como se puede ver en el detalle adjunto. Las manos de la Infanta están suave y delicadamente modeladas por la luz, no una luz violenta, sino acariciadora y muy matizada. Por la luz que ilumina la mitad del rostro logramos percibir el cabello alborotado. Por la misma luz podemos notar sus ojos exageradamente abiertos y perdidos. Una luz dulce, sin contrastes fuertes, modela los pliegues de su camisa, devolviéndonos un reflejo de una blancura inimitable. Esa luz brilla de manera especial en el pliegue inferior de su vestido y a lo largo de toda la cortina, austera y sin adornos apenas, que actúa como un muro tenue que separa la luz de la sombra y de la muerte.
            Juana fracasó en su intento de asumir la muerte de su esposo y se volvió loca; los cortesanos fracasaron en su empeño de lograr que la Infanta volviese a su sano juicio, en un tiempo en que los psiquiatras y los psicólogos aún no habían sido inventados. Pero Lorenzo Vallés acertó, al menos por una vez, totalmente en sus planteamientos y nos dejó una maravillosa obra de arte.

            Un auténtico disfrute para la vista. A mí, al menos, este cuadro "me vuelve loco "cada vez que lo veo… Cosas del Arte.

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