domingo, 19 de febrero de 2012

133 / ESOS CUERPOS JUGUETONES…


No creo exagerar si afirmo que, a lo largo de la historia del arte, el desnudo femenino ha sido el motivo, el tema por antonomasia y no un tema más. Tal vez por el detalle de que la inmensa totalidad de los artistas han sido hombres a lo largo de los siglos, los pintores se han acercado al cuerpo desnudo de la mujer con la mayor curiosidad reverencial, como quien se acerca a un altar o a un retablo, con respeto y con veneración. La importancia del desnudo, sin duda heredada de las fuentes de nuestra cultura, Grecia y Roma, se ha ido manteniendo a través del tiempo contra viento y marea. Veamos, si no, a Picasso, ya nonagenario y poco sospechoso de academicismo, que se pasó sus últimos años pintando la serie El pintor y la modelo –desnuda, claro- como única ocupación.

Otro artista tan poco proclive al academicismo como Picasso es el francés Gustave Courbet, cuyas obras fueron con frecuencia causa y motivo de escándalo en su tiempo (ver entrega 36). A veces, éste llega a olvidarse de los axiomas del Realismo y del Naturalismo–la representación de los aspectos más sórdidos del entorno circundante- y se entrega al puro disfrute del desnudo femenino, aplicado a ocupaciones tan poco reivindicativas como jugar con una mascota.

Tanto la mujer que juguetea con el perrillo de lanas y se dispone a darle un beso como la que tontea con el loro son poseedoras -seguramente sin ser conscientes de ello-, de unos cuerpos espléndidos, rellenos aunque proporcionados, totalmente alejados del canon anoréxico que inunda hoy nuestras pasarelas y revistas. Los pechos enhiestos, tersos y puntiagudos, las caderas anchas y las piernas recias responden a un modelo de belleza femenina que ha regido en la práctica, artística y socialmente, hasta la llegada de las femmes fatales de principios del siglo XX. No hablo de los cuerpos celulíticos de Pedro Pablo Rubens ni de los de caderas tremendas –casi tipo Venus primitiva- de algunos Rembrandt, que fueron cayendo en el olvido del tiempo, sino de mujeres con su punto de carne y su punto de grasa y muy alejadas de los esquemas cadavéricos de Gustav Klimt (ver entrega 114) o de Egon Schiele y de los ideales simbolistas en general.

Las dos hermosas mujeres juegan embebidas con sus mascotas, totalmente ajenas a la evolución de las modas pasajeras y a los cánones corporales deletéreos. Ellas llevan y llevarán -de forma natural y por muchos años aún-, el tesoro de la belleza de sus cuerpos que, por mor del arte de Courbet, no se ajarán nunca, manteniéndose eternamente jóvenes. Morirá el perro de lanas y sin duda lo hará también el loro de exótico colorido, pero la imagen de los cuerpos lozanos de estas muchachas quedará clavado en nuestra retina colectiva como el prototipo de la belleza y el motivo principal del Arte con mayúsculas.

El hombre ha sido desde siempre –bien que mal- el centro del mundo pero, en el centro mismo del hombre, respira y alienta el cuerpo de la mujer... Ya lo dijo Neruda:

“Cuerpo de mujer, blancas colinas, muslos blancos,

te pareces al mundo en tu actitud de entrega...”

Como todos sabéis, hablamos de 20 canciones de amor y una canción desesperada. Merece la pena releerlo de vez en cuando, a pesar de su hálito juvenil e inexperto en poesía. Yo lo hago…

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