lunes, 13 de febrero de 2012

132 / LA REINA HACE TESTAMENTO


Este es uno de los cuadros que, al menos cuando yo era pequeño, aparecía en todos los libros de historia y en las enciclopedias. Salía, claro, como salía, en unas condiciones gráficas lamentables, mal dibujado y mal reproducido. Sólo ahora, cuando ya de mayor he podido verlo al natural, me he dado cuenta de que es un cuadrazo impresionante y que está pintado con una libertad y una maestría que pocas veces se han dado en la pintura española.

Lo pintó Eduardo Rosales, se llama oficialmente Doña Isabel la Católica dictando su testamento y está en el Museo del Prado. Merece la pena visitar nuestra mejor pinacoteca después de su última remodelación a cargo del arquitecto Rafael Moneo. En cuanto al continente, ahora me parece un museo competitivo a nivel mundial; en cuanto al contenido, creo que siempre hemos estado en el nivel más alto de calidad. No exagero.

Este cuadro trajo de cabeza a su autor, que lo pintó estando en Roma. Las malas lenguas comentan que para modelo de la reina copió el cadáver de una mujer joven, traído de un hospital romano. Lo cierto es que Doña Isabel aparece joven en demasía, según los datos históricos, pues a su muerte ya había cumplido 53 años de los de entonces.

El rey Don Fernando es la figura que más trabajo y preocupaciones causó al pintor, que buscaba por encima de todo reflejar en su rostro la pesadumbre por la muerte de su esposa y la preocupación por el futuro de un estado recién nacido como tal. A su lado está Doña Juana, que luego sería la Loca, como futura heredera del trono. Rosales le ha puesto rostro de compungida, pero en realidad se la ha inventado, pues no pudo presenciar el tránsito de su madre por encontrarse por entonces fuera de España.

A la derecha encontramos al Cardenal Cisneros, consejero real, cubierto con un gorro y recortada su silueta –esta vez sí es realmente su retrato- contra la cortina crema a los pies del lecho mortuorio. Hay otros personajes de la nobleza, gente próxima a los reyes; está el escribano sentado, tomando nota puntualmente de las últimas voluntades de la reina y está ese hermoso doncel, ricamente ataviado con un abrigo de brocado lujoso y distinguido. Curiosamente, hacia él se nos iría la vista de no ser por la figura tan fuertemente iluminada de Isabel, que se convierte –por la luz, no por otra cosa- en el principal centro de atención de la escena. La gran alfombra del suelo, las telas decoradas de las paredes, los cortinajes y el juego de claroscuro en general son una magnífica lección de buena pintura, de dibujo ajustado y de perfecta combinación de luces y sombras.

Como curiosidad final, el cineasta Juan de Orduña recreó –de forma bastante sui generis- este cuadro en su película Locura de amor (1948). Lamentablemente, en esta imagen todo huele a falso y a cartón piedra: los personajes, los trajes y los decorados. ¡No hay color!

Sin dudarlo ni un instante me quedo con el cuadro de Rosales. ¡Lástima que murió, víctima de la tuberculosis, con sólo 37 años! ¿Por qué -me pregunto- siempre se tienen que morir los mejores? Cosas de la vida, claro. O mejor, cosas de la muerte…

1 comentario:

  1. Me encanta esta pintura.
    Muchas gracias por sus comentarios, que invitan a la observación.
    Ese gesto en las manos del rey Fernando, es un lujo fácil de comprender y muy difícil de plasmar con los pinceles.
    He estado en El Prado y, despistada de mí, no sabía que estaba allí.

    Gracias de nuevo.
    Blanca

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