lunes, 9 de enero de 2012

127 / MARAT EST MORT… VIVE MARAT!




Jacques Louis David, el autor de este cuadro, siempre fue academicista y, por ello, correcto en su pintura pero frío y lejano. En otros cuadros suyos que narran hechos históricos –como El rapto de las sabinas o Los funerales de Patroclo- sus personajes parecen maniquíes que gesticulan como muñecos o como robots, de forma automática. Resultan, por lo general, poco creíbles y muy teatrales.


Pero hay que reconocer que eso no le pasó en esta obra, titulada La muerte de Marat (Reales Museos de Bellas Artes, Bruselas) y que aquí dio en el clavo. Tal vez porque, durante los tres meses que le costó pintarla, se encontraba en estado de shock por lo reciente del asesinato del personaje, perpetrado poco tiempo antes por Carlota de Corday, enemiga política de la víctima.

A Marat, que antes había fracasado al ver sus obras sobre Fisiología y Física rechazadas por la Academia Francesa de Ciencias, la Revolución le fue empujando hacia el liderazgo político por sus ideas radicales, expuestas en su periódico L’ami du peuple. Debía ser un trabajador incansable, pues incluso en el baño –sufría una enfermedad de la piel que le obligaba a tomarlos con frecuencia- tenía un artilugio que le permitía seguir escribiendo sus artículos, con un cajón anexo en el que dejar el tintero y los folios escritos. Y ahí lo encontró la Corday, que se fue acercando probablemente por detrás para asestarle una cuchillada bajo la clavícula derecha, dejando luego caer el cuchillo y huyendo velozmente del lugar del crimen. En el papel que Marat aún mantiene en su mano izquierda, el pintor deja constancia del hecho, completando la fecha con una frase que resume, probablemente, los sentimientos de la asesina, al tiempo que sirve como exaltación de la magnanimidad del asesinado: 13 de julio de 1793. María Ana Carlota Corday. Marat: Me basta ser muy desgraciada para tener derecho a vuestra benevolencia.


Se trata de uno de los pocos mártires políticos de la Revolución Francesa. Las cabezas de los demás líderes fueron rodando, una tras otra, devoradas por la misma guillotina que habían estado alimentando. Eso sucedió con Danton y Robespierre. Sólo Marat nos ha llegado envuelto en un halo hagiográfico, de santo laico, ya que fue asesinado a traición por defender sus ideas. El movimiento revolucionario estaba necesitado de mártires y de ejemplos y este hecho le vino a poner en las manos uno de primera calidad.

Pictóricamente es una delicia. Esa mano que cae sin vida, aunque aún sostiene la pluma entre los dedos, los pliegues de las telas que cubren el borde de la bañera, la calidad de la madera del cajón que hace de mesa. Todos son detalles resueltos con sencillez y maestría, cualidades que brillan por su ausencia en el resto de obras del autor. El fondo neutro, suavemente matizado, nos obliga a concentrar nuestra atención en el cuerpo sin vida del mártir revolucionario. La sangre empapa los paños blancos.


Y el cuchillo sigue aún en el suelo, como una muestra inequívoca de la traición y el engaño... ¡Qué cosas! O la la, mon Dieu!

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