Jacques Louis David, el autor de este cuadro, siempre fue academicista y, por ello, correcto en su pintura pero frío y lejano. En otros cuadros suyos que narran hechos históricos –como El rapto de las sabinas o Los funerales de Patroclo- sus personajes parecen maniquíes que gesticulan como muñecos o como robots, de forma automática. Resultan, por lo general, poco creíbles y muy teatrales.
Pero hay que reconocer que eso no le pasó en esta obra, titulada La muerte de Marat (Reales Museos de Bellas Artes, Bruselas) y que aquí dio en el clavo. Tal vez porque, durante los tres meses que le costó pintarla, se encontraba en estado de shock por lo reciente del asesinato del personaje, perpetrado poco tiempo antes por Carlota de Corday, enemiga política de la víctima.
A Marat, que antes había fracasado al ver sus obras sobre Fisiología y Física rechazadas por la Academia Francesa de Ciencias, la Revolución le fue empujando hacia el liderazgo político


Pictóricamente es una delicia. Esa mano que cae sin vida, aunque aún sostiene la pluma entre los dedos, los pliegues de las telas que cubren el borde de la bañera, la calidad de la madera del cajón que hace de mesa. Todos son detalles resueltos con sencillez y maestría, cualidades que brillan por su ausencia en el resto de obras del autor. El fondo neutro, suavemente matizado, nos obliga a concentrar nuestra atención en el cuerpo sin vida del mártir revolucionario. La sangre empapa los paños blancos.
Y el cuchillo sigue aún en el suelo, como una muestra inequívoca de la traición y el engaño... ¡Qué cosas! O la la, mon Dieu!
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