jueves, 20 de octubre de 2011

117 / LA BARCA DE DANTE




Eugene Delacroix fue un romántico en el sentido pleno de la palabra. Con ello queremos decir que concedía más importancia a la expresión que a la anécdota, al revés que el pintor de moda en su tiempo, J. L. David, cuyas figuras pecan siempre de frialdad y estatismo. Delacroix, por contra, es el movimiento, la pasión, el dinamismo. Y estas características se ven perfectamente en esta obra del Museo Nacional del Louvre, en París.



Pero el auténtico movimiento está en la parte inferior y en torno a la barca. Ahí se encuentran todas las pasiones humanas llevadas al límite y los sentimientos que rozan el paroxismo. Ante una condena eterna como la que asegura el texto de Dante, los reos expresan todos los estados de ánimo posibles. A la derecha, dos figuras se abrazan resignadas. Más allá, una mujer se revuelve sobre sí misma, al tiempo que, desalentada, intenta asirse a la barca. Su mismo vientre sirve de apoyo a otro que, desesperado, intenta subir la pierna por encima de la borda. Más a la izquierda, uno bastante joven se deja llevar por el oleaje, abandonado ya a su suerte, aceptando la inutilidad de cualquier esfuerzo. Y, en colmo de la agonía, una figura con ojos de locura intenta, inútilmente, cogerse con los dientes a la proa de la barca, única y remota posibilidad de salvación. Aunque todos saben que sus intentos son inútiles, pues la suerte ya está echada. ¡No hay salvación alguna!


Esta fue la primera gran obra de Delacroix y la que le dio a conocer ante la sociedad francesa y los grandes Salones de Arte. Un torbellino de pasión y de agitación. Y cuando se fue cansando de los temas históricos o literarios al uso, emprendió una serie de viajes por España y el norte de África, para buscar el origen, los colores primitivos surgidos directamente del sol...


Buscaba la luz y el color primigenios, sin veladuras, cara a cara. Y los encontró, sin duda. Pero esa ya es otra historia…

No hay comentarios:

Publicar un comentario