domingo, 12 de junio de 2011

101 / SOROLLA III: El padre


-----------Joaquín Sorolla tenía obsesión por los efectos de luz. Eso es lo que tiene en común con el Impresionismo. Por lo demás, su técnica a base de grandes pinceladas superpuestas era muy distinta a la utilizada por los impresionistas, que aplicaban pequeñas pinceladas de distintos colores, yuxtapuestas unas a otras, para que el espectador las mezclase en el fondo de la retina, percibiendo así los colores secundarios y terciarios.

Pero, además, Sorolla fue un excelente marido y un buen padre de tres hijos, Elena, María y Joaquín. En el cuadro de arriba, Paseo a la orilla del mar, de 1909, podemos encontrar a su esposa, Clotilde García del Castillo, andando por la playa en compañía de una de sus hijas, María, que luego tuvo varias crisis de tuberculosis, lo que obligó a la familia a pasar largas temporadas en Madrid, cerca del Guadarrama, buscando un clima seco y saludable. Las dos mujeres lucen trajes largos completamente blancos, con velos que ondean al viento movidos por la brisa mediterránea. Una sombrilla, también blanca, lanza sombras coloreadas sobre el vestido de la esposa, mientras que María lleva en su mano un sombrero adornado con gasas de colores. Ambas andan acompasadas, en paralelo, y una ola, al fondo, les hace el contrapunto necesario para cerrar la composición. Plásticamente perfecto.

Aunque el género del retrato no era uno de sus preferidos -más bien los hacía por compromiso y porque le dejaban buenas ganancias-, a su esposa la pintó varias veces. Era pasión lo que sentía por ella y le escribía: “Llenas el vacío que mi vida de hombre sin afectos de padre y madre tenía antes de conocerte”. Con esto hace alusión a que quedó huérfano a los pocos años y fue criado por un tío suyo. Similares manifestaciones expresa repetidamente hacia sus dos hijas que eran, para él, reflejos fieles de su esposa.

No pasó lo mismo con el hijo, Joaquín Sorolla García, al que podemos considerar el gran ausente en los asuntos familiares. El pintor, víctima de los prejuicios de su tiempo, nunca llegó a asimilar el hecho de que su único hijo varón fuese homosexual y se juntase con un grupo de amigos que eran igualmente homosexuales declarados y que, además, alardeaban de serlo. Entre ellos había varios jóvenes de la alta sociedad. Lo cuidó y lo ayudó, eso sí, cada vez que fue necesario: cuando tuvo los ataques de sífilis y cuando caía en sus frecuentes depresiones. Pero cuando el hijo tuvo un accidente de moto en Londres, sólo la madre y la hermana se desplazaron para asistirlo.

Consecuencia de estas relaciones accidentadas fue que el pintor hizo escasos retratos de Joaquín junior, como el adjunto, en el que aparece sentado, vistiendo un abrigo verdoso y con aspecto de gentleman de principios del siglo XX. A la muerte de su padre, Joaquín Sorolla hijo dejó todos los cuadros que tenía del pintor, amén de una buena cantidad de dinero, para la fundación encargada de conservar y divulgar la obra del fallecido. El maravilloso Museo Sorolla de Madrid, en la Avenida Martínez Campos.

Al menosprecio e indiferencia de su padre él, como buen hijo, contestó siempre con el respeto y la veneración. Así son las cosas. Y así es el Arte…

1 comentario:

  1. Yo diría que no son así las cosas o el Arte; mas bien, así son los valores, las actitudes y la generosidad.

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