domingo, 19 de diciembre de 2010

80 / ¡CHICAS, AL SALÓN!


----------Henri de Toulouse-Lautrec tenía sangre azul, pues provenía de la nobleza francesa, ya caída en desuso después de la Revolución. Siglos antes, sus antepasados fueron cruzados con Godofredo de Bouillon, poseyeron parte del Midi francés y habitaron el castillo de Albi. Henri nació enfermizo y a los catorce años sufrió dos caídas consecutivas mal curadas que hicieron que sus piernas se quedasen cortas como las de un enano.
----------Este hándicap le impulsó, ya de adulto, a elegir el camino glissant de la bebida, de las mujeres y de la vida desorganizada en general. Tal es así que, en sus últimos años, pasaba largas temporadas en los burdeles, conviviendo con las “internas” y compartiendo con ellas mesa y cama. Todo esto, unido a su debilidad innata, le provocó la muerte a los treinta y siete años.
(¡Lástima de talento desperdiciado!)
----------Nadie como él conocía las maisons closes de la Rue d’ Amboise y de la Rue des Moulins en el París galante de principios del siglo XX. En ellas atendía las confidencias de las pensionnaires y les escribía las cartas a las que eran analfabetas. Las conocía, las escuchaba, las amaba y las pintaba. Decoró sus salones y les regaló la inmortalidad al incorporarlas a sus cuadros.
----------Uno de los más importantes es el de arriba, Au Salon de la Rue des Moulins (Museo Toulouse-Lautrec, Albi), en el que vemos a un grupo de prostitutas formalmente sentadas en la sala de recepción, mientras aguardan la llegada de los clientes. Nada resulta artificioso ni ficticio. Todo es sincero en las expresiones de soledad y aburrimiento de estas mujeres que esperan y que, llegado el momento, tienen que hacer de tripas corazón ante los caprichos y las fantasías de los hombres hambrientos de sexo. Jamás el artista intenta mejorar sus rasgos ni depurar su belleza, ya ajada por los años y los sinsabores. Sólo el decorado pseudo asirio-babilónico –con un exotismo de evidente cartón piedra- resulta falso, aunque útil para despertar la imaginación de los visitantes, que llegaban a pedir que las prostitutas se vistiesen de “primeras comulgantes, de monjas, de viudas enlutadas, de bailarinas exóticas, de japonesas con kimonos, de domadoras, sin pantalones, con botas negras o con un látigo en la mano...”
----------Tres de ellas miran atentamente hacia la derecha donde, fuera de campo, hay unas muchachas abrazándose y besándose. Más tarde, el cuadro fue recortado por este extremo y apenas se vislumbran estas figuras. En primera fila, y mirando descuidadamente hacia nosotros, envuelta en una larga bata de color rosado, está la madame, la patrona, con expresión de nobleza y contención. Ella protegía y pagaba a las chicas, cuidando de sus necesidades higiénicas con periódicas revisiones médicas, a fin de detectar el menor asomo de sífilis, el “mal francés”.
----------Pocos artistas las miraron con tanto cariño como el pintor de Albi. Las pintó como eran, a veces feas y dolorosas, pero nunca repugnantes ni repulsivas. De aquí emana en parte el encanto de su arte: Toulouse-Lautrec es capaz de extasiarse ante ellas, descubriendo bajo sus arrugas y bajo las demás marcas del tiempo una belleza invisible para otros...

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