miércoles, 10 de agosto de 2011

109 / LA MUERTE DE LUCRECIA



En este tiempo en que, curiosamente, está tan de moda la novela histórica, como si fuese el no va más de la originalidad y a modo de cajón de sastre que tanto bodrio está promoviendo, no nos viene mal echar de vez en cuando alguna mirada sobre la íntima relación que, sobre todo en el siglo XIX, han tenido las disciplinas pintura e historia.

Se han dado, sin duda, modas. Ayer se llevaba el costumbrismo y todo el mundo pintaba costumbrismo. Luego vino el cuadro de historia y los Salones se llenaron de cuadros inmensos que revivían nuestros más importantes hechos históricos. Después entraron el Realismo y el Impresionismo y asestaron el golpe de gracia a un género que, al menos en España, produjo tantas y tan excelentes obras. Una de las mejores es, para mí, La muerte de Lucrecia de Eduardo Rosales, que actualmente está en el Prado (Madrid).

La escena narra un hecho acaecido unos cuantos años tras la fundación de Roma. El hijo del último rey, Tarquinio Severo, violó con violencia a Lucrecia, su anfitriona, esposa de Colatino e hija de Lucrecio. Tras el triste hecho, la mujer mandó llamar a su esposo y a su padre, y con ellos acudieron también Valerio y Bruto, acérrimos defensores de un régimen republicano. Ante los ojos de todos, tras pronunciar una ardiente autodefensa, la mujer se clavó un puñal y murió. Entonces los presentes juraron, por la sangre de Lucrecia, acabar con la monarquía corrupta e instaurar la república.

Rosales, pintor truncado pues murió con apenas cuarenta años, tras muchas enfermedades y sufrimientos, sitúa la escena en la intimidad del dormitorio de la mujer. Acaba de clavarse la daga en el pecho y cae inerte en brazos de su padre y su esposo, que no pueden contener una expresión de perplejidad ante cómo se han desarrollado los hechos y cuán rápidamente se pasa de la felicidad a la tragedia. Las tres cabezas forman un triángulo perfecto y las miradas de ambos varones se clavan en el rostro inexpresivo de la mujer que, desde entonces, fue ensalzada como modelo de fidelidad conyugal –ver foto adjunta. A la izquierda, Valerio se echa las manos a la cabeza mientras Bruto, a la derecha, levanta el puñal y jura instaurar la república como la forma de gobierno más justa.

William Shakespeare tiene un larguísimo poema, con nada menos que 264 extensas estrofas, titulado –“The rape of Lucrece”-, en el que narra con detalle todos estos acontecimientos, deteniéndose especialmente en la descripción de los sentimientos de cada uno de los personajes. Quiero suponer que sirvió de inspiración al pintor.

Eduardo Rosales trabajó en esta obra durante cinco años y se ve que le hizo sudar tinta, pues en una carta a un amigo habla de “la señora Lucrecia, que me está haciendo pasar la negra y me está costando un ojo de la cara”. A pesar de todo, nos dejó una insuperable obra de arte por su naturalidad en el dibujo, el realismo de las expresiones y, sobre todo, por ese colorido austero, de pincelada amplia y suelta, que convierte una anécdota más o menos llamativa en una magistral lección de pintura.

Ya dijo un crítico de su época que, después de este cuadro, la pintura española ya no sería lo mismo. Rosales, también para mí, es un pintor increíble. ¡Lástima que la muerte se enamoró de él y se lo llevó tan pronto! Cosas que pasan…

1 comentario:

  1. La mejor forma de conocer la historia,es escribir sobre ella.Acontecimientos y hechos singulares que han acontecido en ciertos momentos de la misma
    Nadie lo hace también como estos artistas, que a través de su imaginación,sensibilidad y creación, nos hacen vivir estos momentos.La vida después de la muerte no tiene caducidad.

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