lunes, 2 de mayo de 2011

97 / LAS NINFEAS, AGUA Y CIELO


Claude Monet ya está mayorcito. Ha viajado por toda Francia buscando praderas, playas y acantilados que poder transportar a sus telas. Ha retratado a docenas de mujeres vestidas de blanco, con sombrillas y con la ropa agitada por el viento. Ha captado la nieve y las tormentas, los chopos y la lluvia, los almiares y los reflejos de las orillas del río sobre el agua. Ha representado barcos, puentes, ferrocarriles y locomotoras envueltas en su propia nube de vapor. Poco le queda ya por hacer. Está buscando un motivo que cierre el trabajo de toda su vida. Y al final lo encuentra.

Esto parece una característica de la edad avanzada. Miguel Ángel, ya anciano, se obsesiona con sus Pietà inacabadas. Picasso vuelve al origen de la pintura en la serie El pintor y la modelo. Y Monet, cansado de pintar por todas las regiones francesas, se centra en su jardín de Giverny y se dedica a su serie Ninfeas: catorce lienzos, algunos de gran tamaño, que actualmente se encuentran en una sala oval del Museo de L’ Orangerie, en París.

Todos los cuadros están invadidos por el agua. Pero no es propiamente el agua, sino el cielo reflejado en el agua. La tierra no existe y difícilmente se puede dar con mayor precisión y acierto la fusión entre los tres restantes elementos. El agua y el cielo juntos para representar el fuego del atardecer, como en el cuadro que abre esta entrega. El atardecer boca abajo, hecho luz y sólo luz. Las hojas llorosas del sauce, como sólo podemos verlas en reflejo, parecen algas que suben, aunque en realidad están colgando; pero nosotros no lo sabemos.

Monet ha ido superándose a sí mismo y superando su trabajo de tantos años, hasta llegar al límite de la pintura pura. Más aún, traspasa los límites de la pintura y entra en los de otro arte más espiritual: la música. Hay quien defiende que las Ninfeas son sólo música en colores. Y, como tal, son capaces de llevarnos a un mundo de fantasía y ensueño. La luz es la que manda, pero esa luz está vista a través del espejo del agua. Así llega hasta nuestros ojos. ¿Qué le importan ya al anciano pintor los balandros de Argenteuil, ni los acantilados de Étretat, ni las catedrales de Rouen ni las locomotoras de la estación de Saint-Lazare de París? Todo ha desaparecido, desvaneciéndose como una vieja fotografía expuesta al sol y sólo queda la luz. La luz hecha música por medio de la pintura. Sobre la superficie del agua-cielo-luz, apenas se vislumbran de vez en cuando los óvalos imperfectos de las ninfeas, también llamadas nenúfares. Ellas son la única tierra en la que nuestro ojo puede encontrar apoyo. El resto es liviandad y vacío.

Cuando visitamos, mi esposa y yo, estas obras en su sala oval tapizada con moqueta gris, a nuestro lado un japonés dormía plácidamente. Sin duda había alcanzado ya el nirvana y se encontraba en otra dimensión. Dichoso él…

1 comentario:

  1. Son preciosas esas últimas pinturas de Monet, en las que todo vibra como la luz. Acabo de aprender que nínfea significa nenúfar. Gracias por todo lo que nos cuentas por aquí. Besos,

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