lunes, 12 de abril de 2010

44 / UNA LEYENDA ROMÁNTICA



--------Volvemos de nuevo los ojos a Murcia, a nuestra tierra y a nuestra tradición.
--------La Catedral de Murcia tiene dos joyas indiscutibles e insuperables: la fachada barroca de Jaime Bort y la Capilla de los Vélez. Otra curiosidad es la cadena que la rodea por el exterior aunque, sin duda, entra más de lleno en lo anecdótico.
--------La Capilla, maravillosa joya del gótico tardío, es en su interior como una puntilla, pero hecha en piedra en vez de con hilo de bordado. En ningún sitio como en ella se puede percibir el horror vacui -el miedo al vacío- de los escultores tardogóticos que, plenamente dominadores de su oficio y con ganas de lucirse ante la nobleza y el pueblo, eran capaces de no dejar ni un solo resquicio de las paredes –foto de arriba- ni del techo –foto de al lado- sin decoración. Los motivos florales se alternan con los geométricos y los ajedrezados, a la par que se van combinando con los escudos de la familia Chacón y Fajardo, marqueses de Vélez y propietarios de gran parte de la comarca.
--------Ya el pórtico es una auténtica celosía tallada en piedra que sorprende a quien se acerca. En el interior existen varios púlpitos a diferentes alturas, acordes en tamaño y decoración con el rango de los predicadores que los ocupaban, de abajo a arriba. En el más alto de ellos, casi rozando la bóveda del techo, hubo hasta la última restauración de la Capilla, llevada a cabo en la década de los 80, un esqueleto real que fue retirado por su mal estado de conservación. Ignoramos si estos restos dieron pie a la leyenda o si fue ésta quien justificó la presencia del esqueleto in situ. Pero ahí va.
--------Cuenta la tradición popular que la hija de los Marqueses de Vélez se enamoró –y era correspondida- de un joven de rango social muy por debajo del suyo, por lo que fue rechazado por los padres, ansiosos como estaban de ampliar su fortuna uniéndola con otra similar. Despechado, el joven ingresó en un convento y la muchacha fue prometida a otro joven, esta vez de origen noble. Para la boda de ambos, celebrada –cómo no- en la Capilla de la familia, decidieron encargar la homilía a su anterior novio, ya famoso predicador, que aceptó gustoso. Mientras estaba haciendo el sermón, le fue subiendo tal congoja ante el recuerdo del amor perdido, que terminó víctima de un ataque de ansiedad desmesurada y cayó fulminado. Hoy diríamos sin más que sufrió un infarto, que le falló el corazón o que tuvo una embolia, pero la gente de aquel tiempo prefirió pensar que había muerto por amor o, más exactamente aún, por desamor. Menos correcto clínicamente, pero más humano y más romántico.
--------Por eso no retiraron el cuerpo, quedando su cadáver allí en el mismo púlpito, para que las generaciones venideras, a la vista del esqueleto, aprendieran que de amor también se muere... ¡Lástima que en la restauración hubo que quitarlo definitivamente, dado el mal estado en que se encontraba...!

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