AUTORRETRATO DE PIEL VUELTA En la pared que hace de cabecera en la Capilla Sixtina, Miguel Ángel representó una impresionante escena –El Juicio Final-, en la que una muchedumbre de personajes rodean a Jesucristo, que aparece en actitud amenazante. Los más próximos a Él son los santos y en la parte inferior se encuentran los condenados; los personajes más próximos a Jesús son aquéllos que estuvieron en contacto directo con Él, es decir, los apóstoles. A los pies de Jesús, y a su izquierda -nuestra derecha-, hay una figura corpulenta y con barba que no es otro que San Bartolomé, apóstol que murió literalmente despellejado o, por decirlo de otra forma, mondado como una fruta. En la mano derecha lleva un cuchillo –instrumento y símbolo de su martirio- y en la izquierda una extraña forma arrugada que no es otra cosa que su misma piel. La cosa no tendría mayor interés si no es por hecho de que el rostro que el pintor ha puesto a esta piel (acercar con el zoom) no es otra que su autorretrato, uno de los pocos que Miguel Ángel dejó para la posteridad. En medio de esa cara adusta y de ademán serio, podemos percibir una nariz ancha, aplanada y bastante torcida. Este hecho fue consecuencia de una pelea que el pintor sostuvo en su juventud, cuando aún era aprendiz en el taller florentino de Andrea Verrocchio, con un condiscípulo llamado Pietro Torrigiano. Este propinó tal puñetazo a nuestro artista en el rostro que le partió la nariz, dejándolo touché para toda la vida. El mismo M. A. -adulto ya y famoso- en un texto de evocación de aquel incidente juvenil, apunta cómo, simultáneamente al impacto, "oyó el crujido del hueso al romperse". Más tarde, este tal Torrigiano se vino a trabajar a España y aquí alcanzó una merecida fama, no como boxeador, sino como escultor oficial de la Corte, dejando una gran cantidad de excelentes obras en nuestro suelo. Por otra parte, Miguel Ángel parece que, además de un gesto adusto, tenía un carácter impulsivo y bastante insufrible, lo que propició que, aunque su estilo -el Manierismo- ejerció una gran influencia en los años siguientes, no tuviese discípulos que pudiesen convivir con él y aprender de su mano los secretos artísticos. Con él seguramente nació el mito del artista independiente y solitario –que luego el Romanticismo haría además pobre e incomprendido- que podía permitirse el rechazar un encargo, viniese de quien viviese, porque tenía una autoestima y una conciencia de su valía a prueba de bombas. |
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