
--------------- Cuando todo el mundo creía –y más aún, defendía- que Dios modeló al hombre con un puñado de barro y luego le sopló para darle el hálito -la vida-, Miguel Ángel, con su carácter insufrible pero al mismo tiempo rebelde e innovador, pasa de ambas cosas: del modelado y del soplido. El cuerpo de nuestro padre común, perfecto como el del Discóbolo griego, surge del barro como un producto del mismo modelado por una fuerza interior. Desnudo y musculoso, brota de abajo a arriba con una energía imparable. (Al decir del mismo M. A., ya está formado en el barro y sólo falta quitar lo que le sobra). Pero sus miembros aún están lánguidos y su rostro refleja un claro estado de somnolencia. Le falta la chispa,

-----------------Y eso está a punto de suceder en el encuentro de las dos manos, tal como se ve en la foto de al lado. La mano de Adán aún está perezosa, lánguida y como dormida, con una tendencia a dejarse caer hacia el suelo por la fuerza de la gravedad. En cambio, la mano de Dios rebosa vida y su dedo índice se lanza certero hacia su objetivo, con una puntería infinita. En una fracción de segundo, un parpadeo, una millonésima de suspiro, se va a poner en marcha el prodigio que J. L. Borges describe en su relato El Áleph: “... Vi tu cara, y sentí vértigo y lloré, porque mis ojos habían visto ese objeto secreto y coyuntural, cuyo nombre usurpan los hombres, pero que ningún hombre ha mirado: el inconcebible universo”.
----------------El escenario ya está preparado con anterioridad: el sol, la luna, las estrellas, la tierra y el mar. Los personajes secundarios, las aves y los animales del bosque, esperan órdenes cada uno en su sitio, con la mirada fija en el barro del que va a brotar la energía. Y este es el momento en el que la vida surge e irrumpe con la fuerza de un chispazo eléctrico; el dedo de Dios señala a Adán, lo identifica, lo elige y le indica el camino para evolucionar por sí mismo.
---------------Y son dos manos en el instante de rozar sus dedos índices...