martes, 17 de abril de 2012

141 / ASÍ SURGIÓ LA VÍA LÁCTEA


Resulta sorprendente la capacidad que tuvieron los griegos y los romanos para explicar, de forma hermosamente poética, el funcionamiento del mundo. Inventaron dioses para el viento, para el fuego y para el mar, para el rayo y para el trueno; prácticamente para todo. Agruparon las estrellas y, según su forma, las asimilaron a animales o a hombres. Nada de explicaciones tan prosaicas como que el Big Bang, la explosión primigenia, hizo brotar de la sopa original los astros, las galaxias y las fábricas de estrellas. No hay color...

Un buen día, alguien vio ese blanquinoso camino del cielo que se dirige al norte y le puso por nombre Vía Láctea. Más tarde se preguntó de dónde provenía y encontró una respuesta inmediata y cargada de belleza:

Juno, la reina del Monte Olimpo, estaba por entonces amamantando a Hércules, un bebé que tenía una fuerza extraordinaria. La diosa se quedó dormida, momento que el superniño aprovechó para dar un potente sorbetón que despertó a la diosa sobresaltada. Con el movimiento, la leche se escapó de sus pechos y sembró el cielo de gotas que, al convertirse en estrellas, formaron la Vía Láctea. ¡Más claro, agua!

Así de fácil y así de sugerente. Otras versiones menos inspiradas atribuyen el fenómeno a los paseos de la cabra Amaltea que, mientras alimentaba a Júpiter niño, iba soltando por el cielo un reguero de gotas de sus ubres repletas. No está bien comparar a la diosa con una cabra, pero en realidad da lo mismo una versión u otra. Lo importante es que esos relatos de la mitología han dado pie a la realización de obras de Arte extraordinarias, como este cuadro del veneciano Tintoretto.

La diosa está blandamente acostada, rodeada de cupidillos alados y armados con flechas. En cuanto un sirviente le acerca al niño al pecho, éste comienza a lanzar chorros y más chorros de gotas de leche que, al quedar en suspensión, se van convirtiendo en estrellas brillantes. Muchos miles de millones de gotas fueron necesarios para formar un sendero tan poblado, pero así son los dioses; para ellos todo es posible de la forma más fácil. La escena se enriquece con otras incorporaciones, como los pavos reales -símbolos de la diosa-, o el águila –símbolo de Júpiter- con el haz de rayos entre las garras.

La composición forma una X que ocupa todo el lienzo, esquema muy utilizado por los artistas del Barroco italiano. Las dos aspas de la X se cruzan precisamente sobre la zona púbica de Juno, donde está el origen de la vida y la fuente de la fertilidad. Y no lo olvidéis: si contempláis, en cualquier noche de verano, el sendero lácteo que cruza el cielo de sur a norte, hacia Santiago de Compostela, tened en cuenta que se trata del rastro lechoso de la diosa JunoHera para los griegos- que, en su exuberancia, salpicó cielo y tierra con el exceso de su leche divina.

En 1969, Luis Buñuel filmó una película titulada igualmente La Vía Láctea, en la que hacía sus propias reflexiones sobre la religión y las prácticas devotas. No está mal, pero nada que ver con Tintoretto, que pintaba Arte en estado puro…

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