Este cuadro es uno de los recuerdos más claros que tengo de
los libros de la escuela de cuando era pequeño. Otros son El
sitio de Numancia (post 104)
y El testamento de Isabel la Católica (post 132). Naturalmente, entonces estas
obras aparecían en malas reproducciones a línea limpia o, en el mejor de los
casos, en torpes aguadas que no hacían justicia al original. Popularmente se
llama La campana de Huesca, aunque
su título verdadero es La leyenda del
Rey Monje y narra una anécdota –o leyenda- ocurrida en Aragón a
principios del siglo XII. Fue pintado a finales del siglo XIX por Casado del
Alisal y actualmente está en el Prado.
Ahí va el argumento:
Harto ya el rey Ramiro
II –apodado el Rey Monje porque
había pasado su juventud en un convento- de que los nobles le faltasen al
respeto y se declarasen en rebeldía cada dos por tres, ordenó llamar a los más
levantiscos, los mandó apresar y les cortó las cabezas, que puso en círculo en
el suelo de un salón del palacio. Cogió luego la cabeza del arzobispo, organizador
de la conspiración y la colgó del techo en el centro del círculo, a modo de
badajo. Acto seguido convocó a los demás nobles del reino y, al mostrarles la
macabra escena, cuentan las crónicas que les dijo algo así: ”Esta
es la campana que, con sus tañidos, llamará a todos los nobles a la
obediencia”. El pasmo que dio a todos fue de campeonato y, por
supuesto, ahí se acabaron las rebeliones y las protestas contra el rey. Las
caras de miedo y de repugnancia de los convocados se pueden ver en el detalle adjunto.
¿Qué pasó entonces?
Pues pasó que el cuadro triunfó en la exposición a la que estaba destinado,
pero las añagazas políticas lograron que sólo consiguiera una mención
honorífica, en lugar del merecido premio. Al público y a la crítica le gustó
mucho la forma de pintar las cabezas cortadas y la figura del rey con su perro
cogido de la mano, pero varios comentaristas pusieron en tela de juicio el
ambiente en tono
violeta que baña toda la escena, que no consideraron real ni
apropiado. Otros criticaron los atuendos de los nobles recién llegados impropios
del estilo aragonés y hasta hubo quien dijo que el rey debería haber cortado también
las cabezas a los de la escalera. En fin, que hubo división de opiniones, lo
que hizo que el pintor, desanimado, dimitiese de sus cargos en Roma y se retirase a Madrid,
siendo éste el último cuadro que pintó.
Cuentan las
malas lenguas que, para las cabezas cortadas, se hizo traer en un saco cabezas reales de carne y hueso de un hospital de Madrid y que, al verlas, comenzó a vomitar y
se puso malo del estómago, cosa bastante lógica, por otra parte. Lo cierto es
que esta anécdota medieval, sea historia o leyenda, junto con su genio y
habilidad, propició la realización de una obra maestra del género histórico y
una auténtica lección de pintura de la mejor calidad.
Ya lo dijo el mismo Casado,
comentando el revuelo provocado por su obra: “No creo que haya en el mundo campana que
haya sonado más fuerte que la mía”. ¡Farolero que era el hombre, qué le
vamos a hacer…!
NOTA: Tras este campanazo, y tras algunos
años ininterrumpidos de alimentar el blog, semana tras semana, paro
temporalmente la actividad para dedicarme a recopilar y a trabajar nuevas
obras. El Arte está ahí y me/os espera. Nosotros
pasamos, pero él permanece… !Hasta pronto¡