Pero, por ahora, ciñámonos a lo que estamos viendo: los perros alados desfilan marcialmente formando sendos círculos a ambos lados del cristal. Las figuras reflejadas son continuación de las figuras reales, pero también se da lo contrario. Curiosamente, según se van acercando a la zona central, los animales alados van perdiendo corporeidad y se van volviendo planos hasta quedar integrados, como una modulación geométrica más, en las losetas del suelo. Pero, con un poco de atención, podremos ver que los huecos entre ellos –cuyo tono gris se va desvaneciendo progresivamente- no son otra cosa que las mismas figuras desfilando en sentido contrario.
Aplicando a rajatabla el principio leonardiano de que todo dibujo es engaño, Escher nos acaba de colar un gol sin darnos cuenta: pasa de la bidimensionalidad a la tridimensionalidad -y viceversa- de la forma más natural del mundo y con la apariencia más inocente. A izquierda y derecha del espejo que actúa de eje visual y real, las figuras van recuperando la tercera dimensión según se alejan pero, de las cuatro filas oscuras de animales, una –la más atrevida sin duda- se anima a atravesar la pared del espejo y sus componentes van aflorando poco a poco por la otra cara del cristal sin romperlo ni mancharlo, como decían los antiguos.
Y se supone que en la otra cara está pasando algo similar. ¿Puede una figura cualquiera ser imagen real y reflejo especular simultáneamente? ¿Puede alguien vivir al mismo tiempo dentro y fuera del espejo? Todo tiene aspecto real, todo parece coherente, pero una mirada atenta a la configuración del conjunto nos hace percibir el juego imposible del espejo que lo mismo absorbe las imágenes que las expulsa.
Y, sin embargo, todo parece tan real que, irremisiblemente, nos envuelve y nos sobrepasa...